Cuando en 1974 fueron localizados dos soldados japoneses aislados desde la Segunda Guerra Mundial en las selvas de Guam y en las Filipinas, ése fue el mejor testimonio de lo mucho que había cambiado Japón en el último medio siglo. La distancia cronológica de treinta años pareció infinitamente mayor.

En los sesenta el primer ministro Sato había logrado, merced a tres mandatos sucesivos al frente del Partido Liberal Demócrata y del Gobierno, no sólo presidir una larga etapa de gran desarrollo económico sino también lograr para su país un papel creciente en la política mundial. En 1972, sin embargo, poco dispuesto su partido a renovarle la confianza para un cuarto mandato, ni siquiera consiguió transmitir el poder al sucesor que había elegido. Fue Tanaka el heredero en un momento en que el panorama económico e internacional se entenebrecía para el Japón. Pero este país conseguiría sortear la crisis de un modo muy positivo.

En realidad, en los años setenta las crisis que ha sufrido Japón desde el punto de vista económico han sido varias. Ya en 1970-1 se produjo una reevaluación del yen a la que Japón se había resistido hasta entonces; en 1972 las protestas de la industria norteamericana contra el agresivo comercio japonés llevaron a que Nixon impusiera a Japón una apertura propia y unas limitaciones bruscas a su relación comercial con Estados Unidos. En 1973, en fin, Japón fue uno de los países más afectados por la subida del petróleo pues dependía de él en un 90%. En 1974 la inflación llegó al 24% y por vez primera desde el final de la Segunda Guerra Mundial el crecimiento fue negativo (-1, 2%) como consecuencia del impacto de la crisis. Pero la economía se recuperó pronto, en 1975, y de este modo se hizo todavía mayor la distancia económica entre Japón y el resto de los países más desarrollados.

Mientras tanto, se agravaron las muestras de problemas políticos en el Partido Liberal Demócrata a pesar de que de ningún modo fueron mortales. Tanaka, en un principio bien recibido, padeció las consecuencias de la crisis pero, además, los procedimientos clientelísticos de su partido resultaban ya cada vez menos aceptables de cara a la opinión pública. Su sucesor Miki (1974-1976) debió enfrentarse a un escándalo sobre la compra de aviones norteamericanos -asunto Lockheed- como consecuencia de revelaciones producidas en el Senado norteamericano. Por primera vez hubo una escisión del partido, como consecuencia de la aparición del Nuevo Club Liberal, y el sector ortodoxo del Partido Liberal Demócrata obtuvo el resultado electoral más bajo de su historia (menos del 42% del voto).
Sin embargo, el panorama político estaba destinado a cambiar, como consecuencia de la superación de la crisis económica. El primer choque petrolero supuso una grave crisis pero también el reforzamiento de la unidad y el consenso nacionales en materia de política económica. De este modo Japón consiguió quintuplicar el ahorro energético de Estados Unidos y disminuir, gracias a la energía nuclear y a la solar, su dependencia del petróleo. El crecimiento de la economía se realizó principalmente gracias a las exportaciones, en especial de automóviles.

De todos modos, en los años siguientes siguieron los problemas aunque también se les supo dar una respuesta comparativamente más brillante que las del resto de las sociedades desarrolladas. Desde 1976-8 los productos exportados japoneses sufrieron los inconvenientes de una moneda fuerte. Durante la segunda crisis de elevación de los precios del petróleo Japón, con un 4% de crecimiento anual, consiguió doblar el de la OCDE. Pero el problema se volvió a presentar de nuevo en 1985 con la reevaluación del yen.

Mientras tanto, cambiaron las acusaciones tradicionales por parte de las economías desarrolladas en contra de la política económica japonesa. Ya antes, en los medios europeos se había dicho de los japoneses que trabajaban demasiado y parecían aceptar vivir en una especie de jaulas para conejos; esta especie de sacrificio vital creaba unas condiciones de competición muy difíciles para los competidores. Ahora, a las ya tradicionales quejas por el proteccionismo y por la utilización de la tecnología del competidor se sumaron otras como las de colusión entre la Administración y la Justicia en perjuicio de los competidores extranjeros. Pero Japón reaccionó aceptando la limitación voluntaria de las exportaciones y nombrando para el interior del país una especie de defensor del empresario extranjero. Otro problema que se planteó fue el del déficit presupuestario debido a la ausencia de una imposición indirecta capaz de solucionarla.

Pero el resultado de la economía japonesa siguió siendo muy brillante hasta el comienzo de los años noventa. El PIB del Japón era en 1990 igual al de Alemania, Francia y Gran Bretaña juntas y la renta per cápita resultaba la mayor de los países industriales (como veremos, no era así en el caso del nivel de vida). Los excedentes comerciales se mantenían. La reacción de la economía japonesa había consistido durante los últimos años en volcarse sobre las industrias de materia gris y favorecer la división asiática del trabajo liberándose de las industrias pesadas e incluso de las ligeras hacia las nuevas economías emergentes. En 1985 el cuarto cliente de Japón era Corea del Sur y su tercer aprovisionador Indonesia. Aquí estaban gran parte de las inversiones japonesas, el 60% de las realizadas en 1951-1986. Japón, gracias a ellas, se había convertido en un país rentista, la primera potencia financiera mundial.

Los grandes éxitos económicos de Japón se seguían basando en el ahorro, el doble del existente en Estados Unidos o en Francia, las ventajas de la forma de llevar la empresa, caracterizada por un espíritu de solidaridad peculiar, y el carácter módico de los gastos de seguridad social. La esperanza media de vida era en la década de los noventa la más alta del mundo. El problema japonés seguía residiendo en el nivel de vida real: para comprar los mismos alimentos un japonés debía trabajar dos veces más que un norteamericano y tres veces más que un australiano; los japoneses se tomaban cuatro veces menos vacaciones que los franceses. Ya en 1990 Japón prometió incrementar sus inversiones sociales y favorecer el consumo interno a expensas del ahorro.

Una actitud como ésta le resultaba imprescindible no sólo desde el punto de vista de la economía propia sino también de cara a sus competidores. En 1979 había aparecido un libro, cuyo autor fue Vogel, describiendo a Japón «como el número uno»; ahora, en cambio, a pesar de las limitaciones voluntarias del comercio japonés, este país en muchos del resto del mundo, pero sobre todo en los Estados Unidos, era visto no con admiración sino como una grave amenaza. En el propio Japón estaba planteada al comienzos de los años noventa una confrontación entre la conciencia sentida de que era necesario comportarse de otro modo de cara a los competidores y la realidad de una eclosión de posturas neotradicionalistas y nacionalistas. Quizá por esto último daba la sensación de que en política exterior seguía existiendo una especie de incapacidad por parte de Japón para asumir compromisos obvios a los que le obligaba su situación geográfica y su potencia económica: Francia, por ejemplo, acogió muchos más sudvietnamitas que Japón.

Se habían producido, mientras tanto, cambios sociales importantes que no siempre ofrecían unas características positivas. Los más importantes se centraron en la aparición de una nueva generación mucho más volcada al consumo pero también en el envejecimiento de la población de modo que en el año 2.000 el 15% de los japoneses tendría más de 65 años. Otro de los grandes problemas del Japón fue, a partir de este momento, la penuria de la mano de obra. Ésta, además, ya no estuvo sujeta a sistemas de trabajo con empleo durante toda la vida sino a otros mucho más flexibles.

En el terreno de la política, si en la época anterior los escándalos cometidos por la derecha tuvieron como consecuencia que la izquierda ganara en algunos sitios, ahora se produjo una cierta recuperación de los liberal-demócratas aunque persistió el interrogante fundamental acerca de la viabilidad de un régimen democrático que en la práctica se había caracterizado por la carencia de alternativa desde 1945. La oposición había creído poder superar al partido en el poder en 1976 pero éste ya había alcanzado el 48% del voto en 1980, unos siete puntos porcentuales más que en la elección anterior. Además, en las elecciones regionales los liberal-demócratas conquistaron provincias en las que en el pasado había vencido la oposición y, sobre todo, consiguieron desvincular al Komeito del frente opositor. Partido del electorado flotante, la debilidad del Komeito fue identificarse con la secta religiosa que le había servido de apoyo inicial. Su aceptación de la política exterior de los liberal-demócratas y el haber conseguido de éstos fondos para los programas sociales le hicieron desligarse de la oposición. En ella el Partido Socialista daba una creciente sensación de esclerosis mientras que el Partido Comunista, aunque en 1972 alcanzara su cota máxima de algo más del 10%, seguía siendo marginal. Fue, además, un partido que evolucionó cada vez de forma más marcada hacia una fórmula semejante al eurocomunismo. El propio cambio de la sociedad japonesa tendía de forma indirecta a favorecer una evolución en sentido favorable a los liberaldemócratas. En un momento en que el 90% de los japoneses se decían miembros de las clases medias una proporción creciente de los electores se decían desligados de cualquier vinculación partidista. Con todo, la esclerosis del sistema político habría de producir sorpresas en el momento posterior a la caída del comunismo.

La primacía de la alianza con los Estados Unidos se pudo considerar como realidad definitivamente admitida de la política exterior japonesa en torno a mediados de los setenta pero en años posteriores tuvo un cierto carácter conflictivo y no sólo como consecuencia de la Guerra del Vietnam o de los conflictos comerciales. En 1973, por ejemplo, Japón adoptó una política propalestina tras la elevación de los precios del petróleo, pero ya en 1974 esta mayor libertad de movimientos de sus relaciones internacionales quedó compensada cuando tuvo lugar la primera visita de un presidente norteamericano al archipiélago (fue Gerald Ford). Desde esa fecha prácticamente desapareció el debate en la política exterior incluso en los partidos especialmente interesados en ella como el Komeito. El Ejército Japonés era ya en estas fechas el séptimo del mundo, signo de que empezaban a aceptarse las responsabilidades militares.

En los otros terrenos habituales de la política exterior japonesa el papel desempeñado por este país ha resultado siempre creciente en los últimos tiempos. En 1978, tras la muerte de Mao, se firmó un Tratado con China. En diez años los intercambios comerciales entre los dos países se multiplicaron por diez y el turismo por doce. Japón era ya por entonces el primer país en la relación comercial con China y China el segundo de Japón pero muy lejos aún de Estados Unidos. Los países de ASEAN recibían un tercio de las inversiones del Japón que cada vez manifestaba una más clara ambición de convertirse en pieza insustituible para la organización del mundo del Pacífico en sus más diversos aspectos. La paradoja del Japón seguía siendo, sin embargo, que su peso económico en el mundo estaba todavía muy por debajo de su presencia diplomática: sólo en 1974 un ministro de Exteriores japonés viajó a África.

Ya en esta fecha se podía considerar consolidada una realidad nueva en el panorama de Extremo Oriente y, en general, del propio mundo. A finales de los años setenta, además, se hizo habitual la mención a los «nuevos países industrializados» o «semidustrializados». Respondían todos ellos no sólo a una misma localización geográfica sino también a características particulares muy diferentes pero que, al mismo tiempo, tenían en común una serie de rasgos económicos comunes. En ellos los productos manufacturados representaban siempre el 25% del producto interior bruto y el 50% de las exportaciones. Estos países, en vez de financiar su industrialización a partir de la exportación de materias primas, como había sido lo habitual hasta el momento, lo hicieron a través de una industria dedicada de forma preferente a la exportación. En general, la protección social de los trabajadores fue siempre escasa, los salarios bajos, existieron en ellos zonas comerciales especiales y el Estado intervino mucho más que en una economía liberal propiamente dicha.

Los «cuatro dragones», como también fueron denominados popularmente estos países, suponían a comienzos de los noventa algo más de setenta millones de habitantes (63 entre Corea del Sur y Taiwán, que sólo tenía 20). La población urbana era entonces de un mínimo de dos tercios del total. El PIB por habitante iba de 6. 200 dólares anuales, en el caso de Corea del Sur, hasta los más de 12.000 de Singapur. Durante la década de los ochenta habían crecido siempre a un ritmo de más de un 7% anual pero en el caso de Corea del Sur el 10%; a comienzos de los noventa la tasa de crecimiento se mantenía sensiblemente parecida.

Todos estos países si por algo se caracterizaban en el terreno de la vida política era, sin duda, por un autoritarismo con pocas concesiones a la democracia, a pesar de su alineamiento en política exterior al lado de los Estados Unidos y, en general, del mundo occidental. Taiwan en 1949 recibió dos millones de personas del continente entre las que hubo que contar a 300.000 soldados. La ley marcial no fue abolida sino en 1987 y en el Parlamento perduraron los representantes elegidos en 1948 en la China continental hasta el momento de ir desapareciendo por muerte natural. Sólo en 1953 empezó el fuerte crecimiento económico. La muerte de Chiang Kaishek en 1975 no introdujo ninguna evolución democrática porque fue sustituido por su hijo, que mantuvo el autoritarismo: sólo al final de la Guerra fría se introdujo un régimen democrático propiamente dicho. En Hong Kong no existió ninguna legislación social hasta 1968 y sólo en los setenta hubo una sensible mejora de las condiciones de trabajo para los trabajadores. Su desarrollo industrial le llevó directamente a la tercera generación de la revolución industrial, a comienzos de los años noventa, con la industria electrónica. En su caso existió siempre un problema importante de política exterior y descolonización. En 1984 las autoridades británicas y las chinas llegaron a un acuerdo para que la colonia volviera en 1997 a la soberanía de China, sin introducir cambio alguno en los distintos regímenes económicos, políticos y sociales existentes. En 1992 Hong Kong invirtió ya 10.000 millones de dólares en la China Popular. Por su parte, compuesta por 59 islas, Singapur tiene una población que en un 62% es china y se ha convertido en una plaza financiera de primera importancia. Corea del Sur, paradójicamente con lo que había de ser su destino, fue en el pasado la zona menos desarrollada desde el punto de vista industrial de Corea. El crecimiento económico no tuvo lugar sino en la década de los sesenta con un deliberado sacrificio del consumo y con la voluntad manifiesta del Estado de proteger la exportación. Ya en los años ochenta se había convertido en uno de los diez países con mayor capacidad exportadora del mundo y estaba muy relacionada con la economía norteamericana y japonesa. Pero el autoritarismo duró hasta la fase final de la guerra fría.

Fuente:http://www.artehistoria.jcyl.es/historia/contextos/3271.htm