Europa
El estudio del marco medio ambiental europeo presenta una gran problemática debido a la variedad de regiones y marcos geográficos diferenciados. No obstante, las aportaciones de la polinología, del estudio de las paleotemperaturas y de las variaciones marinas principalmente, permiten definir las características generales de evolución reagrupadas en torno a las fases tradicionales del postglaciar.
La investigación arqueológica tradicional ha tenido por objeto establecer el reconocimiento y la descripción de las culturas productoras en Europa. El objetivo se ha situado básicamente en el reconocimiento y descripción del registro material significativo -formado esencialmente por las producciones cerámicas junto, en algunos casos, a las formas de inhumaciones y tipos de asentamientos- que, con una distribución espacial y cronológica significativa, permitiesen el reconocimiento de culturas arqueológicas, cuyas variaciones o evoluciones eran definidas por las variaciones empíricas. Desde la década de los setenta, el esfuerzo se ha orientado hacia el análisis más exhaustivo de las complejas relaciones entre hombre y medio ambiente y sus implicaciones socioeconómicas. Así, el desarrollo de los estudios dedicados al análisis del medio y su interacción con los grupos que lo habitaban han permitido una mayor incidencia en las actividades de subsistencia y, en términos más generales, en las formas económicas y las inferencias sociales. Los estudios de patrones de asentamiento relacionados con las formas de producción, en especial con el estudio pormenorizado de las actividades de subsistencia y de los fenómenos de intercambio como principales orientaciones, han permitido unas interpretaciones que se acercan a los modelos socioeconómicos. Esta orientación en los estudios, aún no suficientemente consolidada, no permiten prescindir, en términos generales, de las culturas arqueológicas definidas y, por tanto, de las abundantes denominaciones locales del mosaico europeo, pero permiten observar una evolución general que, enmarcada en las tradicionales etapas de Neolitico Antiguo, Medio y Reciente, reflejan tanto unas características culturales y tecnológicas como unas relaciones sociales y económicas significativas, que se traducen en un modo de explotación del territorio y en unos asentamientos determinados.
El estudio del marco medio ambiental europeo presenta una gran problemática debido a la variedad de regiones y marcos geográficos diferenciados. No obstante, las aportaciones de la polinología, del estudio de las paleotemperaturas y de las variaciones marinas principalmente, permiten definir las características generales de evolución reagrupadas en torno a las fases tradicionales del postglaciar.
La fase Preboreal (8200-6800 a.C.), definida como transición entre los últimos fríos glaciares y las de mayor bonanza climática, está caracterizada por una primera expansión de la cobertura arbórea, desbordando las zonas de refugio anteriores. El abedul será una de las especies de mayor expansión en Europa continental, con un desarrollo más moderado del avellano y del roble. En la zona mediterránea se yuxtaponen la expansión del pinar y el inicio del robledo mediterráneo.
La siguiente fase Boreal (6800-5500 a.C.) confirma la consolidación de la mejora climática con un clima cálido y seco que favorece la expansión de las formaciones arbóreas, con el pino y avellano como principales especies, y el desarrollo de las especies mediterráneas, tanto en la zona costera como en el interior de estas regiones.
La fase Atlántica (5500-3500 a.C.) significa la culminación del proceso de mejoría, produciéndose en la segunda mitad de esta fase el optimum climático con temperaturas ligeramente superiores a las actuales (2-3 grados centígrados). El clima cálido y húmedo favorece la expansión de la cobertura boscosa, con el robledo mixto como principal protagonista. En las regiones mediterráneas, a finales del periodo se inicia la expansión del encinar. La transgresión marina iniciada en el Preboreal llega a su culminación y sitúa el nivel del mar cerca del que se observa actualmente.
Fuente: http://www.artehistoria.jcyl.es/historia/contextos/104.htm
Roma
Ciudad latina junto al río Tíber, el mito dice que fundada por Rómulo y Remo, llegados desde Alba Longa. Arqueológicamente se ha detectado una ocupación muy temprana.
Así, se han hallado restos de la llamada cultura de los Apeninos (siglos XV-XIV a.C.), así como una ocupación permanente a partir del siglo XI a.C. de grupos con una cultura cercana a la manifestada por otros centros del Lacio. La presencia de estas gentes dejó restos de conjuntos de cabañas y necrópolis cerca de los montes Palatino y Velia. A mediados del siglo VIII a.C. parece consumarse un proceso de unificación de diversas poblaciones ubicadas en el área, lo que está en el origen de Roma.
Desde la originaria colina del Palatino, Roma se amplía en la época de los reyes y Servio Tulio rodeó con una muralla las siete colinas que constituían la ciudad, quedando en el centro el foro romano. La invasión de los galos del año 391 a.C. provocó el incendio de la ciudad, por lo que se procedió a su reconstrucción, conservando su irregular trazado y su perímetro amurallado. En este momento ocupa 426 hectáreas, pero presenta por primera vez problemas de vivienda, por lo que se distribuyó entre los indigentes la colina del Aventino.
En el año 174 a.C. se considera que Roma «es una ciudad fea, con edificios públicos y privados de mezquino aspecto», según los cortesanos de Filipo de Macedonia. Las casas estaban construidas al azar, mientras que las irregularidades del terreno habían motivado que las calles fueran serpenteantes y empinadas, con vías estrechas y tortuosas. Ningún ciudadano o extranjero podía moverse a caballo o en carro por la ciudad, excepto para el transporte de materiales o mercancías.
En tiempos de Cesar vivían en Roma unos 800.000 habitantes, produciéndose una afluencia masiva de extranjeros, especialmente esclavos, a la Ciudad.Los barrios centrales presentan síntomas de especulación, ya que los terrenos en la almendra central son escasos y muy caros. Las viviendas -llamadas insulae- se elevan hasta los seis u ocho pisos, produciéndose continuos derrumbamientos e incendios debido a la mala calidad de la construcción y de los materiales.
La llegada de Augusto al poder supuso un embellecimiento de Roma y una nueva administración, al distribuir el territorio en 14 regiones con sus respectivos puestos de guardia, responsables de apagar los incendios. Pero los edificios serán construidos aún en materiales pobres, lo que favoreció el increíble incendio que se vivió en el año 64, en tiempos de Nerón. Para evitar nuevos incendios, Nerón dispuso una serie de ordenanzas que aludían a la construcción de casas alineadas, formando calles anchas, limitando la altura de las casas, que no podrían ser construidas en madera y debían utilizar piedra ignífuga. Depósitos antiincendios fueron colocados estratégicamente. Plinio comenta la existencia de unos 90 kilómetros de calles anchas y alineadas, que no dejaron de ser criticadas por algunos, caso de Tácito, quien comenta: «las calles estrechas y los edificios altos no dejaban penetrar los rayos del sol, mientras que ahora, y a causa de los grandes espacios y la falta de sombra, se arde de calor».
A mediados del siglo II la población de Roma se acercaba al millón y medio de habitantes, concentrándose la mayoría en los barrios centrales. La Subura, el Argilentum y el Velabrum eran los barrios más populosos y los más poblados. Allí vivían zapateros, libreros, vendedores ambulantes, magos, maleantes, aventureros, charlatanes, etc. Las casas estaban levantadas de manera anárquica y sus calles eran estrechas, distribuyéndose las tiendas y los talleres artesanales por oficios. La mayoría de las casas estaban arrendadas y subarrendadas a su vez, elevando los precios de manera desorbitada.
La vida pública y oficial se desarrollaba en los foros, el Capitolio, el Campo de Marte y el Palatino. Los barrios aristocráticos estaban constituidos por domus, residencias de gran amplitud con uno o dos pisos estructurados alrededor del atrio y del peristilo, patio de influencia griega. De las montañas próximas llegaban trece acueductos que inundaban la ciudad de agua, aflorando en las numerosas fuentes públicas que manaban continuamente.
Hacia el año 410 comenzaron las invasiones barbarás. En el año 476 se produjo la caída definitiva del Imperio Romano de Occidente. Los germanos se hicieron con su dominio, mientras que el Imperio Bizantino de Oriente permaneció mil años más, hasta que en 1453 fue Constantinopla fue conquistada por los turcos musulmanes.
En el siglo VIII la situación experimentó un nuevo giro. El Papa Esteban II mostró su apoyo al monarca francés Pipino el Breve que defendía ser un escogido de Dios. A cambio de este respaldo, le fue otorgada una parcela de tierra en las inmediaciones de Roma. Esta alianza, conocida como Sacro Imperio Romano, implicaba a partir de ahora la unión del poder de la Iglesia y el Estado. En el año 800 Carlomagno recibía el título de emperador del Sacro Imperio.
Durante la Edad Media y concretamente, entre el siglo IX y XII, los enfrentamientos fueron constantes entre papas y emperadores. Los Papas incrementaron su dominio, a pesar de la oposición de muchas estirpes aristocráticas que se vieron amenazadas. El poder y la riqueza de la Iglesia rápidamente se manifestaron en sus construcciones. En este tiempo se levantaron nuevas iglesias consagradas a la Virgen como Santa María de Cosmedín en el Trastevere.
En el siglo XV las luchas entre distintas facciones de la población provocó una nueva caída de la ciudad y el exilio del Papa a Aviñón, en Francia. No obstante, no tardó en reestablecer su jerarquía y en el siglo XV se instaló de nuevo en la Ciudad Eterna.
Roma se convirtió en la capital de las Artes. La ciudad alcanzó su máximo esplendor gracias a la acción de grandes mecenas como los Médicis, los Farnese y los Borghese. El pontificado logró que pasara a la historia como uno de los principales centros del Renacimiento y del Barroco.
En tiempos de Carlos V, en el año 1527, tuvo lugar un nuevo episodio que marcó la historia de la ciudad, el Saqueo de Roma. A partir de este momento, el poder del Papa se vio de nuevo cuestionado. La Revolución Francesa, la marcha de Napoleón y la Guerra Franco-Prusiana serían algunos acontecimientos más que amenazarían la influencia del pontificado.
Tras la unificación de Italia en 1870, Roma quedó establecida como capital, hecho que no fue aceptado por la máxima autoridad eclesiástica. El Vaticano sufrió graves incendios, por lo que el Papa tuvo que abandonar la ciudad. En 1929 el Sumo Pontífice fue reconocido como soberano de la Ciudad del Vaticano.
En esta época se produjo un rápido crecimiento urbano. Durante el gobierno de Mussolini se llevaron a cabo impresionantes construcciones de corte fascista.
Capital del Cristianismo a lo largo de los años, en la actualidad continúa siendo referencia de la autoridad religiosa católica.
Fuente: http://www.artehistoria.jcyl.es/civilizaciones/lugares/187.htm
Inglaterra Victoriana
El largo reinado de Victoria de Inglaterra, entre 1837 y 1901, marca la época de apogeo de una determinada concepción política, económica y social en cuyo centro, a modo de foco irradiador, se sitúa la burguesía, grupo social que resultó vencedor de la confrontación con la aristocracia y la Iglesia sucedida en las turbulentas décadas pasadas.
Las décadas finales del siglo XIX ven triunfar a un hombre optimista y confiado en sí mismo, dominador del Mundo y la Naturaleza merced a unos conocimientos técnicos y científicos que se suceden con una rapidez nunca antes vista en otro periodo de la Historia de la Humanidad. Por primera vez es capaz de viajar por el aire y bajo el agua, se combate con eficacia a la enfermedad, se viaja a zonas inhóspitas; el hombre es capaz de comunicarse a distancia, de tener un hogar cómodo y tiempo de ocio. Inventos como el cinematógrafo, el fonógrafo, el automóvil, la luz eléctrica o el teléfono, entre muchos otros, hacen pensar al individuo de principios de siglo que se encuentra en la cima del Mundo y de la Historia.
La Exposiciones Universales devuelven al hombre europeo, a modo de espejo, una imagen de sí mismo engrandecida y orgullosa. En ellas se exhiben los últimos adelantos tecnológicos, el conocimiento y control sobre pueblos alejados, primitivos y extraños, la victoria sobre el tiempo y el espacio. Europeos, estadounidenses y japoneses, las regiones más industrializadas, se lanzan a la conquista de nuevos pueblos y territorios donde proveerse de materias primas y colocar sus productos, a la par que empiezan a lanzar sus dados sobre estratégicos tableros de juego en los que empieza a dirimirse la supremacía universal.
Sin embargo, son también tiempos de incertidumbre e inestabilidad social.Si bien es cierto que la calidad de vida en general alcanza un nivel inusitado, las mejoras no alcanzan a todos ni lo hacen de la misma manera. Los nuevos modelos económicos surgidos de la Segunda Revolución Industrial crearán diferencias, a veces irreconciliables, entre los dos grupos sociales resultantes: la burguesía capitalista y financiera y el proletariado, básicamente industrial. Este último, armado ideológicamente por diversas corrientes de pensamiento y transformación social, iniciará una época de reivindicación y contestación que se prolongará hasta muchas décadas posteriores y que marcará el conjunto de las relaciones sociales, políticas y económicas a lo largo del siglo XX.
Fuente: http://www.artehistoria.jcyl.es/historia/contextos/2641.htm
La democracia alemana
Época: I Guerra Mundial
Inicio: Año 1914
Fin: Año 1918
Fue en Alemania donde la debilidad de la nueva democracia de la posguerra fue más evidente. La República de Weimar padeció de una doble ilegitimidad de origen. Para la extrema izquierda, representó «la derrota de la revolución», por la represión de los intentos insurreccionales de los meses de diciembre de 1918 a abril de 1919 y por el aplastamiento de los nuevos intentos revolucionarios de marzo de 1920 («alzamiento espartaquista» en los distritos mineros del Ruhr) y de octubre de 1923
(disturbios comunistas en Sajonia). Para la extrema derecha, el régimen de Weimar significó la traición nacional, los «traidores de noviembre» -según la propaganda hitleriana-, la aceptación del humillante tratado de Versalles. La derecha nacionalista alemana no aceptó la República. El 13 de marzo de 1920, hubo ya un conato de golpe monárquico en Berlín, encabezado por Wolfgang Kapp y el general von Lüttwitz, que fracasó al declarar los sindicatos la huelga general. Erzberger, el líder del partido católico, fue asesinado el 29 de agosto de 1921; Rathenau, el dirigente demócrata y ministro de Asuntos Exteriores, el 24 de junio de 1922.
El voto de la derecha nacional, representada por el Partido del Pueblo Nacional Alemán (DNVP), heredero de la Liga Pangermánica de la preguerra y dirigido por Alfred Hugenberg, no fue en absoluto desdeñable. En las elecciones de enero de 1919, el DNVP logró 44 escaños y el 10,3 por 100 de los votos; en las de diciembre de 1924, 103 escaños y el 20,5 por 100 de los votos. La ultraderecha, representada por el partido nazi, el Partido Nacional-Socialista de los Trabajadores Alemanes (NSDAP), creado en febrero de 1920 y enseguida dirigido por Adolf Hitler, hizo también pronto su aparición. El NSDAP pasó de 64 afiliados en el momento de su fundación a 55.787 en 1923. En las elecciones de junio de 1920, logró 4 diputados; en las de 4 de mayo de 1924, 32 y el 6,6 por 100 de los votos.
La República de Weimar fue, además, un régimen políticamente débil. El sistema proporcional elegido hizo que ningún partido tuviese nunca la mayoría absoluta. El mejor resultado de los socialistas, del SDP, el partido más votado entre enero de 1919 y septiembre de 1930, les dio 165 escaños de un total de 421. Todos los gobiernos republicanos fueron gobiernos de coalición. Ello fue una de las causas de la inestabilidad gubernamental: entre 1919 y 1930, hubo un total de 11 gobiernos. Además, por el colapso del Partido Democrático de Rathenau, el partido de las clases medias profesionales (75 escaños en 1919, 39 en 1920, 28 en 1924, 25 en 1928), las coaliciones tuvieron que hacerse entre el SPD, el Zentrum católico -que estuvo en todos los gobiernos desde 1919 a 1932- y el partido liberal-conservador o popular (DVP) de Gustav Stresemann. Ello perjudicó sobre todo al SPD, eje de la República: nunca pudo desarrollar plenamente su propia política y hubo de gobernar haciendo continuas concesiones al centro-derecha. Ni el ejército ni la justicia, por ejemplo, pudieron ser reformados. Al contrario, la doble amenaza de la extrema izquierda y de la ultra-derecha, hizo que el régimen de Weimar tuviera que apoyarse en un ejército mayoritariamente conservador y ajeno a los valores democráticos del nuevo orden político.
La crisis económica de la posguerra erosionó profundamente la legitimidad de la República. La deuda por la financiación de la guerra se estimó en 150.000 millones de marcos. Por el Tratado de Versalles, Alemania perdió el 14,6 por 100 de su tierra cultivable, el 74,5 por 100 de su producción de mineral de hierro, el 26 por 100 de la de carbón y porcentajes igualmente elevados de su producción de zinc y potasio. Vio, además, incautadas gran parte de sus flotas mercante y pesquera. En esas condiciones, unidas a la inseguridad política creada por el hundimiento de la monarquía, la proclamación de la República y la amenaza revolucionaria de 1918-19, la industria alemana quedó paralizada. Las importaciones excedieron con mucho a las importaciones. El déficit de la balanza de pagos se disparó. El marco se devaluó aceleradamente: 100 marcos pasaron de valer 5 libras en 1914, a valer 0,2 libras a principios de 1921.
La fijación el 27 de abril de 1921 de la cantidad a pagar por reparaciones de guerra en la cifra de 6.500 millones de libras (132.000 millones de marcos-oro) hundió, como muy bien vio Keynes, las expectativas de recuperación de la economía alemana. Para agravar las cosas, en enero de 1923 los gobiernos francés y belga, alegando retrasos en el pago de las cantidades de carbón impuestas y ante el temor de un aplazamiento en la entrega de las reparaciones en metálico, decidieron la ocupación militar del Ruhr y la confiscación de las minas y ferrocarriles de la región.
La población alemana, con el apoyo del gobierno, respondió con una política de resistencia pasiva. La producción cayó espectacularmente; la escasez aumentó y los precios se desorbitaron, estimulados por el aumento de la circulación de billetes provocado por el gobierno para de alguna forma sostener la demanda interna. Alemania experimentó el primer proceso de hiperinflación conocido en la historia. El valor de su divisa bajó a 35.000 marcos por libra en 1922 y a 16 billones de marcos por libra a finales de 1923. El dinero carecía de valor. El índice de precios al por mayor había pasado del valor 1 en 1913 a 1,2 billones en 1923. La gente llevaba los billetes en cestos y hasta en carretillas.
La situación, con todo, tuvo solución rápida y brillante. El gobierno alemán, que nombró a Hjalman Schacht (1877-1970), un prestigioso banquero y miembro del Partido Democrático delegado de la moneda y luego presidente del Reichsbank, procedió a crear un nuevo marco, el rentemmark, equivalente a un trillón de marcos viejos, y a tomar drásticas medidas de ahorro y contención del gasto. Al tiempo, solicitó a los aliados una investigación sobre la economía alemana y el estudio de nuevas fórmulas para el pago de las reparaciones. El resultado fue el Plan Dawes (que tomó el nombre del presidente de la comisión nombrada al respecto, el norteamericano Charles G. Dawes) que en abril de 1923 recomendó fijar los pagos anuales en dos millones y medio de marcos-oro y la concesión a Alemania de créditos internacionales por valor de 800 millones de marcos-oro. Hasta Francia se dio por satisfecha y retiró sus soldados del Ruhr en 1925.
Pero el daño político y social que la hiperinflación y la ocupación causaron a la nueva democracia alemana fue irreparable, a pesar de la prosperidad -ala postre, ficticia- que Alemania tendría de 1925 a 1929. La hiperinflación destrozó las economías de las clases medias (pequeños empresarios, ahorradores, inversores en rentas fijas, pequeño comercio, etcétera): eso explicaría en parte el retroceso del Partido Democrático y el auge de la derecha. El líder nazi, Hitler, creyó llegado el momento para promover un golpe contra la República. El 8 de noviembre de 1923, intentó, con la colaboración de otros grupos ultranacionalistas y el concurso personal de Ludendorff, tomar Munich, bastión de la derecha alemana y del regionalismo bávaro, y forzar así la proclamación de un gobierno nacional. El «putsch de la cervecería», como se le conoció por el lugar donde empezaron los hechos, fue un disparate. La policía abrió fuego contra la manifestación nazi y mató a 17 personas. El Ejército apoyó al gobierno. El mismo gobierno regional bávaro -cuyas tensiones con el gobierno central Hitler quiso capitalizar en favor de la intentona- se volvió contra los golpistas. Hitler fue detenido y procesado. Pero todo el episodio fue significativo y premonitorio.
La estabilidad de la democracia en la Europa de la posguerra -en Alemania y en otros países- habría necesitado que los valores y la cultura democráticos estuvieran profundamente enraizados en la conciencia popular. Precisamente, la I Guerra mundial había provocado una profunda crisis de la conciencia europea. Ya se verá también que, en esa crisis, el nacionalismo, el «ethos» de la violencia revolucionaria, las tentaciones fascista y comunista, las filosofías irracionalistas, adquirieron vigencia social extraordinaria.
Burckhardt, el gran historiador suizo, había dicho allá hacia 1870, que el siglo XX vería «al poder absoluto levantar otra vez su horrible cabeza». La I Guerra Mundial creó el clima moral para que aquella sorprendente premonición fuese cierta.
Fuente: http://www.artehistoria.jcyl.es/historia/contextos/3075.htm