Israel

En junio de 1982, las tropas israelíes invadieron el sur del Líbano y llegaron hasta las puertas de Beirut, en una ofensiva militar destinada a destruir las bases de los guerrilleros de la OLP, que proseguían sus operaciones de hostigamiento contra la región septentrional de Israel. La retirada de los israelíes al interior de sus fronteras, cediendo a la presión internacional, no se produjo hasta 1985.

La debacle sufrida por egipcios y jordanos durante la Guerra de los Seis Días propició la aceptación de un alto el fuego promovido por Naciones Unidas, al que también se sumó Israel. Sin embargo, la guerra aun no había finalizado. Siria, que se había limitado a bombardear los poblados israelíes en los altos de Golan,fue atacada por los israelíes, quienes tomaron Ouneitra. La toma de los altos del Golán estaba así completada, lo que obligó a Siria a aceptar el alto el fuego de Naciones Unidas, justo cuando los israelíes se dirigían hacia Damasco. La guerra había acabado. La gran vencedora, Israel, ocupó la península del Sinaí, la franja de Gaza, Cisjordania y los Altos del Golán, pasando a controlar la ciudad de Jerusalén.

Sin embargo, los conflictos no habían acabado. Los esfuerzos de Egipto y Siria por recuperar los territorios perdidos en la Guerra de los Seis Días condujeron a una nueva guerra, esta vez en 1973. El 6 de octubre, día del Yom Kippur, ambos países atacaron simultáneamente a Israel, provocando una rápida respuesta. La mediación de soviéticos y norteamericanos conduce a un acuerdo de pacificación, por el que tropas de la ONU ocupan zonas intermedias. La guerra de 1973 propició que los estados árabes productores de petróleo decidieran una brusca subida del precio que desencadenó una crisis económica mundial.

En 1977 el presidente egipcio Sadat visitó Israel, iniciándose así un período de negociaciones que culminó con la firma de un tratado de paz entre ambos países y la devolución a Egipto de la península del Sinaí. En junio de 1982, las tropas israelíes invadieron el sur del Líbano y llegaron hasta las puertas de Beirut, en una ofensiva militar destinada a destruir las bases de los guerrilleros de la OLP, que proseguían sus operaciones de hostigamiento contra la región septentrional de Israel. La retirada de los israelíes al interior de sus fronteras, cediendo a la presión internacional, no se produjo hasta 1985.

Fuente: http://www.artehistoria.jcyl.es/granbat/videos/944.htm

Conflicto Israel-Palestina

Aunque, como tendremos la ocasión de comprobar, una buena parte de los conflictos del Oriente Medio se debieron a la peculiar combinación de religión y política en el mundo islámico, la conflictividad en la zona tenía un largo pasado que permitía que las crisis estallaran sin necesidad de este factor. Además, en el Mediterráneo oriental esta potencial situación explosiva se vio multiplicada a comienzos de los setenta por el hecho de que la situación estratégica había cambiado merced a dos factores: la existencia de una mayor paridad en el peso relativo de las dos superpotencias después de establecida la presencia de la flota soviética y la actitud de algunas potencias árabes revolucionarias.

La persistencia de una conflictividad venida de antiguo se aprecia en el caso de Chipre. Dada su composición étnica y cultural la muy compleja Constitución de este país contenía una serie de apartados que no eran revisables y otros que lo podían ser tan sólo con una mayoría muy cualificada. La presidencia del arzobispo Makarios permitía un delicado equilibrio constitucional pero en el verano de 1974, cuando éste propuso a los dirigentes del Gobierno dictatorial militar griego que los oficiales de esta nacionalidad que encuadraban a las fuerzas militares chipriotas dejaran de hacerlo, tuvo lugar un golpe de Estado. Makarios debió refugiarse en una base británica y Turquía respondió con un inmediato desembarco en la isla ante la perplejidad de los grecochipriotas y del Gobierno helénico que había provocado la operación y que tuvo que acabar por abandonar el poder. Cuando, al final de 1974, Makarios recuperó el poder fue ya imposible restablecer la peculiar situación constitucional existente. Grecia y Turquía, dos miembros de la OTAN, habían estado a punto de enfrentarse en un conflicto armado y la primera abandonó durante unos años la organización militar de la OTAN a la que no se reintegraría sino en 1980. Por su parte, Turquía acabó reconociendo una República turca del Norte de Chipre en 1983; aunque fue el único país que lo hizo, en la práctica la unidad política de la isla no volvería a reconstruirse. También en el Mediterráneo Libia pareció contribuir a debilitar la tradicional hegemonía del mundo occidental. Convertida en una potencia poderosa por sus recursos petrolíferos y durante algún tiempo cercana a la URSS, durante estos años parece también haber auspiciado la actividad de movimientos terroristas. En abril de 1986 los norteamericanos bombardearon Libia en una operación que estuvo a punto de acabar con la vida de su dirigente El Gadafi.

De todos modos, el centro de gravedad de la tensión internacional en Oriente Medio era otro. Aunque el conflicto entre Israel y los países árabes estuvo lejos de solucionarse, la evolución en Medio Oriente propiamente dicha resultó, en un primer momento, más favorable para el mundo occidental, aunque sólo fuera por la marginación que la URSS sufrió en Egipto. En realidad, esta región del mundo desde 1956 había sido lugar preeminente de la confrontación entre las grandes potencias que prodigaron su apoyo militar y diplomático a sus aliados regionales. Pero no siempre las superpotencias obtenían los resultados previstos y, sobre todo, la evolución de las circunstancias fue siempre impredecible y a menudo paradójica. La guerra, por ejemplo, supuso la elevación de los precios del petróleo y el alineamiento de todos los países árabes contra Israel (Egipto y Siria consideraron a partir de 1974 a la OLP como única y legítima representante de la población palestina). Pero ya sabemos que la presión a través de los productos energéticos duró poco; en realidad, el gran cambio producido en la panorámica internacional de la región fue el desplazamiento de Egipto desde una actitud de cerrada oposición al Estado de Israel y a los norteamericanos hasta convertirse en colaborador de los segundos y firmar la paz con los primeros.

A este resultado se llegó como consecuencia de dos realidades coincidentes. Kissinger, el secretario de Estado norteamericano, fue un hábil negociador de conflictos en caliente mediante una diplomacia de pequeños pasos que evitaba que un momento de grave tensión local se convirtiera en guerra universal. De este modo consiguió detener la guerra en un momento en que la situación de las fuerzas egipcias era muy complicada. Pero un papel más importante le correspondió al presidente egipcio Sadat, capaz de darse cuenta, como una parte de la clase dirigente de su país, de que no le interesaba a su país mantener una situación sin solución ni futuro previsibles. Tras el ultimo periodo bélico Sadat había probado que era capaz de iniciar la guerra contra el adversario secular utilizando a los soviéticos e indirectamente el arma del precio del petróleo. En años sucesivos, en cambio, utilizó a Washington para obtener un acuerdo satisfactorio para su país con los israelíes. También se debe tener en cuenta que si la diplomacia de Carterpudo pecar de incoherente y confusa en otros aspectos, al mismo tiempo supo también ser paciente en la búsqueda de la paz convirtiéndose en esto en paradójico heredero de Kissinger, su antítesis en lo que respecta a los principios determinantes de la acción exterior. Carter, por ejemplo, inició la aproximación a una solución por el procedimiento de pedir que Israel tuviera fronteras defendibles pero se retirara de una parte de los territorios ocupados y reconociera que la OLP representaba por lo menos a una parte considerable de los palestinos.

La decisión más crucial, que demostró la valentía de Sadat, fue su viaje a Jerusalén en noviembre de 1977. Ante el propio Arafat la había anunciado en el Parlamento egipcio y le costó no sólo la dimisión de sus responsables de política exterior propia sino también unos inicios de los contactos que resultaron muy decepcionantes. Ante el Parlamento israelí afirmó Sadat que los antiguos antagonistas estaban de acuerdo en dos cosas: la necesidad de garantías recíprocas y la evidencia de que la guerra anterior debía ser la última. De hecho, las minucias de la negociación le interesaban muy poco y estaba dispuesto a librarse de la hipoteca palestina que pesaba sobre la política exterior árabe y mediatizaba cualquier posibilidad de desarrollo económico estable. Occidentalista, impaciente y anticomunista, su interés primordial radicaba en recuperar el Sinaí pero chocó con una fuerte oposición interna a la hora de seguir este rumbo.

Tras trece días de encuentro en Camp David entre Beguin, el primer ministro israelí, y Sadat en septiembre de 1978 se llegó a un acuerdo que fue suscrito en marzo de 1979 en Washington. Gracias a él Israel, tras treinta años de guerra, firmó la paz con el más poderoso de sus vecinos árabes y Egipto logró la restitución de los territorios que había perdido en 1967 tras un plazo de tiempo que dilató el proceso hasta 1982. Para entonces Sadat había sido ya asesinado en octubre de 1981, víctima de los integristas que desde mediados de los años setenta venían constituyendo un peligro creciente para el Estado egipcio. Desde antes, sin embargo, el aislamiento de éste del conjunto de los países árabes se había hecho casi total alineándose contra él no sólo los países más próximos a la Unión Soviética sino también los conservadores como Arabia Saudita y Jordania. Egipto fue excluido de la Liga Árabe cuya capitalidad se trasladó en adelante a Túnez y sólo dos países árabes -Sudán y Omán- mantuvieron sus relaciones diplomáticas con él.

La paz entre Egipto e Israel no sólo no liquidó el conflicto iniciado en 1948sino que en cierto sentido lo agravó. De la cuestión palestina no se había tratado más que en un intercambio de cartas que pronto se demostró incapaz de resolver nada. Fue el testimonio de la desgana de Sadat por seguir haciendo depender los intereses propios de las reivindicaciones palestinas. Pero los israelíes no hicieron nada por avanzar en solucionar el problema. En 1977 por vez primera ganó las elecciones el Partido religioso Likud, en gran parte por la corrupción laborista ligada a su larga permanencia en el poder pero también por la creciente inmigración de judíos procedentes del mundo árabe y más confrontados con él. El líder del Likud, Menahem Beguin, que había participado en atentados terroristas contra los británicos, pronto dejó claro su propósito de, en la práctica, incorporar Gaza y Cisjordania al Estado de Israel. Por otro lado, fue aumentando la distancia entre los dirigentes políticos israelíes y el contexto internacional. A fines de 1974, Arafat intervino por vez primera en la ONU en defensa de la instauración del Estado palestino; ya no se hablaba, por tanto, tan sólo de la cuestión de los refugiados. Los Estados Unidos se decían ya partidarios de una patria palestina que incluyera Cisjordania y Jordania. La Comunidad Europea llegó a más pidiendo que al proceso de paz se incorporara la OLP; en 1980 Austria e Italia la reconocieron desde el punto de vista diplomático. Mientras tanto, perduraba el terrorismo propiciado por esta organización y Menahem Beguin, tras firmar la paz con Egipto, como para compensar sesiones anteriores, trasladó la capital de Israel a Jerusalén (1980), se anexionó el Golán (1981) y fomentó la colonización judía en los territorios ocupados, en parte por razones estratégicas pero también con un propósito de ampliación de la tierra reclamada de forma permanente. En esta tarea jugó un protagonismo muy importante su ministro de Agricultura Ariel Sharon.

Pero lo más grave desde el punto de vista del derramamiento de sangre durante este período fue, sin duda, el estallido de una auténtica guerra civil en el Líbano. Éste había sido en el pasado un modelo de convivencia intercultural gracias a un sistema complicado de equilibrios político-constitucionales. La presidencia, por ejemplo, quedaba reservada a un cristiano maronita mientras que el primer ministro debía ser un musulmán sunita. De esta manera, se podía mantener una apariencia de Estado democrático occidentalizado cuando la población musulmana, sin duda, hubiera preferido la vinculación con Siria que, por otra parte, estaba justificada desde el punto de vista histórico pues ya se había producido durante la colonización francesa. Pero dos cambios decisivos hicieron inviable este Estado, considerado antes como un oasis de paz en una región del mundo frecuentemente convulsa. En primer lugar, el peso demográfico creciente de la población musulmana parecía quitar justificación al predominio o, al menos, al poder compartido con los cristianos. Pero, sobre todo, en 1968-1969 y más aún en 1970, cuando los palestinos fueron expulsados de Jordania, su implantación en el Líbano supuso la creación de un Estado dentro del Estado con los campos de refugiados convertidos a menudo en fortalezas desde las que actuaban las guerrillas de castigo a los israelíes. Éstos llegaron a decir que los palestinos disponían de 80 tanques en el Sur del Líbano y otros tantos lanzadores de misiles.

En abril de 1975, tras un desfile de las fuerzas palestinas por las calles de Beirut dotadas incluso de armas pesadas, tuvo lugar el asesinato de un líder musulmán por parte de las «Falanges» cristianas y desde este momento ya resultó inviable un Estado que acabó por disolverse en una serie de comunidades autónomas que combatían entre sí. A partir de 1976 las potencias vecinas intervinieron mediante actos de fuerza para defender sus intereses o para intentar una paz precaria. Lo hizo Siria a partir de 1976 para ejercer un papel de árbitro pero también para testimoniar su pretensión hegemónica en el seno del mundo musulmán. La ambigüedad de esta actuación se aprecia también en que si, por un lado, una misión de esta intervención era procurar moderar el entusiasmo revolucionario de los palestinos, también los sirios contribuyeron a facilitar la expansión de la influencia integrista iraní.
Por su parte, Israel, que había llevado a cabo operaciones de castigo en el Sur del Líbano en junio de 1982, realizó una operación militar -«Paz en Galilea»- que afirmó querer desalojar al adversario palestino. Pero aunque ésos eran los objetivos declarados, pronto se ampliaron pretendiendo establecer un poder fuerte en Líbano. Hasta 80.000 israelíes intervinieron con unos 1.300 tanques; sufrieron más de un centenar de muertos y consiguieron un éxito espectacular pero a cambio de no pocos inconvenientes. Después de prometer que la operación no tendría más que un carácter limitado, llegaron hasta Beirut y se enfrentaron con la aviación siria, a la que redujeron a la impotencia. Pronto la operación provocó la profunda desunión en la propia opinión pública israelí.
Israel logró el abandono del Líbano por la OLP pero no la reconstrucción de este Estado: a los pocos meses fue asesinado Bechir Gemayel, el dirigente de las milicias cristianas, que debía cumplir esta misión. En septiembre de 1982 los «falangistas» libaneses asaltaron dos campos de refugiados palestinos cercanos a Beirut en Shabra y Shatila produciendo una auténtica carnecería. Un informe independiente de origen israelí culpó a su propio Ejército -Sharon incluido- de, al menos, no haber tomado más medidas oportunas para evitar que un suceso así, previsible, tuviera lugar. 400.000 israelíes -más del 10% de la población de este país- se habían manifestado en protesta por lo sucedido.
Finalmente, las tropas israelíes se retiraron aun conservando una franja de protección en el Sur del Líbano; en el ínterin sus relaciones con el aliado norteamericano habían empeorado mucho. Tampoco la intervención de una fuerza internacional resolvió la cuestión. Formada por contingentes de cuatro países occidentales acabó siendo víctima de atentados por parte de grupos terroristas -como el de octubre de 1983 que costó casi trescientos muertos entre norteamericanos y franceses- mientras que la presencia siria, que los apoyaba o al menos tenía alguna conexión con ellos, seguía siendo predominante en el interior. En definitiva, la irresolución del conflicto palestino había tenido como consecuencia el traslado de la crisis a un país vecino que había sido ejemplo de convivencia. Líbano no se recuperaría de esa situación sino mucho tiempo después cuando empezó a encauzarse la situación en el conjunto de Oriente Medio.

Fuentes: http://www.artehistoria.jcyl.es/historia/contextos/3265.htm

Medio Oriente

Si hubo diferencias considerables entre las potencias administradoras respecto a la descolonización, algo parecido puede decirse de la geografía de la misma. Aunque la descolonización se realizó, sobre todo, durante la posguerra en Asia, también tuvo un inicio en el Medio Oriente. La llegada de la paz tuvo como consecuencia allí la aparición del panarabismo -creación de la Liga Árabe en marzo de 1945- y el comienzo de la descolonización en los territorios que hasta el momento habían estado bajo mandato británico o francés.

Este comienzo de descolonización no se hizo sin dificultades, incluso entre las propias potencias colonizadoras, especialmente en Líbano y Siria, donde Francia pretendía mantener la influencia otorgada después de la Primera Guerra Mundial. Mejor suerte pareció tener, al menos durante algún tiempo, Gran Bretaña. En Egipto, que había logrado la independencia excepto en materia de política exterior, la pretensión local de lograr la retirada de los británicos no se vio coronada por el éxito. Iraq acabó retirando a Gran Bretaña las ventajas estratégicas de que disponía, pero la potencia administradora conservó, en cambio, una sólida implantación en Transjordania, cuyo emir permitió la presencia de tropas británicas en su territorio. Irán, por su parte, fue abandonado por los anglosajones, pero los soviéticos permanecieron durante mucho más tiempo, contribuyendo a la exaltación de los sentimientos de peculiaridad entre los kurdos y azeríes, hasta finalmente aceptar retirarse.

Fue, sin embargo, en el Mediterráneo oriental donde de forma más caracterizada se planteó el problema de la guerra fría y de la «contencion» del antiguo aliado soviético. Los anglosajones tenían la firme decisión de controlarlo: no en vano, gracias a su poder naval habían conseguido en su momento liquidar la aventura militar de Rommel y ahora el rosario de bases británicas parecía garantizar que no se producirían cambios importantes. Pero hubo un momento inicial en que éstos parecieron posibles. Turquía había declarado la guerra a Alemania cuando se acercaba la derrota de ésta.

Cuando llegó la paz, sin embargo, debió soportar una fuerte presión soviética relativa a una posible rectificación de las fronteras en Anatolia y de las disposiciones acerca de la navegación por los Estrechos. La respuesta norteamericana consistió en el envío de medios navales a la zona en el verano de 1946. La tensión resultó todavía más agobiante en lo que respecta a Grecia. Situada bajo un control militar británico de 40.000 hombres, había heredado de la ocupación alemana y de la resistencia contra ella una guerrilla comunista en el Norte, dirigida por el general Markos y ayudada por los países sovietizados vecinos.

El deseo de Gran Bretaña de liberarse del peso de una intervención que le resultaba demasiado onerosa le llevó, en febrero de 1947, a informar a los norteamericanos que se veía obligada a retirar sus efectivos. Al mes siguiente, Truman, decidido a que los norteamericanos asumieran la responsabilidad internacional que les correspondía, enunció ante el Congreso norteamericano la doctrina que en adelante llevó su nombre. Los Estados Unidos debían estar a la cabeza del mundo libre y estaban obligados también a ayudar a los países a librarse de los intentos de dominación puestos en marcha por minorías armadas o por presiones exteriores. En la reunión celebrada en marzo y abril de 1947 en Moscú por los ministros de Asuntos Exteriores, no sólo no hubo acuerdo alguno sino que lo característico fue un proceso de creciente desconfianza. No hubo más reuniones de este tipo.

Las consecuencias de que se hubiera puesto en práctica la «contención» norteamericana fueron decisivas en Medio Oriente. En junio de 1948, fue creada la VI Flota norteamericana, destinada a servir como instrumento de intervención rápida en caso de peligro. Con posterioridad, como en otras partes del mundo, los Estados Unidos anudaron toda una serie de pactos en la zona. En 1951, Grecia y Turquía fueron invitadas, a pesar de sus ancestrales diferencias, a incorporarse a la OTAN. En 1955, la firma del Pacto de Bagdad, formado por Gran Bretaña, Pakistán, Irán e Iraq, dio la sensación de reafirmar el control occidental de la zona, sobre todo teniendo en cuenta que en un protocolo adicional complementario franceses, británicos y norteamericanos se habían comprometido al mantenimiento del statu quo.
Pero ya en la primera década de la posguerra, el poder occidental se enfrentó con retos importantes en esta región del mundo. El principal se produjo en Irán. Venezuela, en plena Guerra Mundial, había introducido mediante ley un reparto de los beneficios obtenidos de la explotación del petróleo y su ejemplo acabó siendo seguido por las autoridades políticas del Medio Oriente desde comienzos de los cincuenta. En esa época, tan sólo el 9% de la renta del petróleo era obtenida por un tan importante país productor como era el Irán. En la primavera de 1951, Mohammed Mossadgh, el primer ministro iraní, promulgó una ley de nacionalización del petróleo, en una decisión que puede considerarse semejante a la que luego Nasser tomaría respecto al Canal de Suwz. Pero lo cierto fue que los resultados no fueron semejantes en los dos casos.

En realidad, Mossadegh pasó por enormes dificultades antes de conseguir poner en marcha las instalaciones que habían abandonado los técnicos extranjeros e Irán se vio boicoteado por los consumidores. El golpe de Estado militar que acabó con él, en agosto de 1953, ha sido atribuido, con fundamento, a la CIA. Los tiempos, de todos modos, no estaban maduros para que un intento como éste pudiera fraguar: ni existía un ideario neutralista ni Mossadegh se caracterizó por una ideología populista como la de Nasser. Su derrocamiento supuso el pleno restablecimiento del poder del Sha, que se había visto obligado a marchar al exilio.

En otro conflicto del Mediterráneo oriental durante esta época, el de Chipre, se mezclaron factores muy diversos, desde la descolonización hasta la pluralidad étnica y cultural. En Chipre, la tercera isla del Mediterráneo, con una población formada por griegos en un 80%, la autoridad religiosa desempeñó siempre un papel político de primera importancia mientras que el movimiento sindical estuvo influenciado por los comunistas. La peculiaridad en la composición demográfica de la isla hizo que la auténtica reivindicación en ella no fuera la independencia sino la «enosis», es decir, la unificación con Grecia, que la reclamaba desde 1947. Ya en 1950 la cuestión quedó internacionalizada en un momento en que la guerra fría parecía impedir cualquier otro posible conflicto adicional, gracias a que Atenas llevó la cuestión ante las Naciones Unidas, lo que inmediatamente tuvo como consecuencia la oposición de Turquía, de cuya procedencia era el resto de la población isleña. De este modo, un conflicto cultural entre dos comunidades pareció romper la convivencia entre dos aliados en el seno de la OTAN. El arzobispo Makarios, líder indisputado de la comunidad grecochipriota, se convertiría en un personaje de rango internacional gracias a la conflictividad en la zona.

Fuente: http://www.artehistoria.jcyl.es/historia/contextos/3182.htm

Ciencia en Egipto

En la Antigüedad e incluso en la Edad Moderna era una opinión generalizada que los egipcios antiguos habían llegado a dominar una serie de saberes que abarcaban las ciencias en el sentido antiguo, lo que equivale a decir una mezcla de ciencia y magia. Habían sido los maestros de los griegos y la leyenda hacía que todos los hombres sabios de Grecia hubieran ido a aprender a Egipto, donde existía la ciencia venerable desde tiempos inmemorables.

Los egipcios nunca poseyeron una lógica en la que basarse para que sus saberes fueran ordenados y depurados por la razón. Esto no quiere decir que no tuvieran el don de la observación de la realidad ya que en todos los campos del conocimiento dejaron testimonio de lo que vieron y aprendieron; pero lo hicieron siempre con fines utilitarios, sin el menor interés del saber por el saber.

Al carecer de sistema lógico de pensamiento, sus referencias son siempre a lo que sabían del orden general, y esto era la religión en algunos casos y en otros la magia o la hechicería más tosca. No podían formular definiciones porque el egipcio antiguo tiene dificultades casi insalvables para la abstracción y la generalización conceptual. De ahí el carácter de sus matemáticas. Cuentan en sistema decimal, escribiendo las cantidades de izquierda a derecha, empezando por las unidades superiores hasta llegar a las más simples. De esta manera suman y restan con facilidad e incluso multiplican por diez pero el resto de multiplicaciones les plantea problemas graves. La división también trae complicaciones y desconocen las potencias y raíces pero calculan por aproximación algunos cuadrados y raíces cuadradas.

Las prácticas administrativas de la burocracia egipcia obligaba a tener presente el problema de las fracciones, que resolvieron con cierto ingenio al anotar las que tienen el uno como denominador; en los demás casos proceden por adicción de fracciones. Las ecuaciones les son totalmente desconocidas. En geometría avanzaron algo más, aunque se quedaron en los comienzos ya que no les interesó más que el aspecto práctico de los cálculos de superficie de parcelas, ocupándose de los triángulos y rectángulos elementales. Conocieron la relación del diámetro a la longitud de la circunferencia y dieron a pi el valor de 3,16.

La medicina fue la ciencia en la que los egipcios adquirieron mayor fama en la antigüedad e incluso posteriormente. Los egipcios suponían que un hombre sano no tenía nada que ver con el hombre enfermo ya que la enfermedad era siempre el efecto de potencias hostiles al ser humano, potencias ocultas y no reducibles a un examen objetivo. Con este razonamiento era necesario recurrir a poderes irracionales como la magia y la hechicería.

Sin embargo, la observación desarrollada por los profesionales egipcios abrirá un camino directo de indagación que servirá para acumular experiencias que en muchos casos darán acertadas soluciones para la curación de dolencias. Los altos círculos cortesanos disponían de una medicina bastante sofisticada ya desde el imperio Antiguo. Aparecen dentistas y oftalmólogos así como especialistas en enfermedades internas y digestivas.

Quizá sea el Papiro Smith el mejor documento médico que disponemos. Se trata de una descripción de las heridas desde la cabeza hasta la columna vertebral media, donde se interrumpe el manuscrito, con su correspondiente diagnóstico y su tratamiento científico. En el Papiro Ebers encontramos 870 párrafos con exorcismos referentes a medicina general y el tratamiento de enfermedades internas, ojos, piel, brazos y piernas, por lo que se trata de un documento más mágico que científico aunque en la referencia al corazón dice que «hay vasos en el corazón que van a todos los miembros». Al corazón pensaban que iban a parar toda clase de humores líquidos como las lágrimas, la orina, el esperma o la sangre. En este papiro encontramos las instrucciones para curar de mal estomacal a través de «un remedio de hierbas, (…) planta pa-serit, nuez de dátil; serán mezcladas y humedecidas en agua, y el hombre los beberá durante cuatro mañanas, de manera que vacíe su vientre». En el Papiro de Berlín se hace referencia a la pediatría, mezclándose ciencia con magia.

En una medicina puramente empírica había remedios que efectivamente no estaban del todo alejados de la eficacia curativa. Como remedio para la bronquitis y laringitis empleaban la miel y las inhalaciones así como la sobrealimentación para las afecciones pulmonares. Las enfermedades gástricas e intestinales eran combatidas con ricino y lavados de estómago. Conocían y trataban la bilarzia, afección hepática muy frecuente en Egipto, curaban las enfermedades de la boca, empastaban dientes, operaban encías, combatían con cierta eficacia el tracoma, las cataratas y demás afecciones oftálmicas, utilizando extractos hepáticos. La farmacopea era variada y pintoresca, utilizando desde plantas medicinales hasta excrementos de animales pasando por el uso de moscas o elementos procedentes del hipopótamo. A esto debemos añadir la magia y hechicería que dominaban la medicina egipcia. A pesar de sus aspectos más rudimentarios, la medicina egipcia gozó de un gran prestigio en la antigüedad: los griegos no ocultaban su admiración por ella. Incluso la influencia de la medicina egipcia en la ciencia tardoantigua y medieval se pone de manifiesto en múltiples detalles.

La momificación es una de las prácticas fundamentales de la cultura egipcia. Herodoto y Diódoro Sículo nos cuentan que se realizaban tres tipos de momificaciones. La más esmerada costaba un talento de plata (siglo I a.C.) y suponía la extracción del cerebro a través de las fosas nasales gracias a unos ganchos, introduciéndose diferentes productos por el mismo lugar al tiempo que se tapaban con cera de abeja los orificios de la cabeza. Se abría el abdomen del finado y se sacaban los intestinos, el hígado, el estómago y los pulmones, procediéndose a lavar estos órganos con vino de palma para introducirlos más tarde en los llamados vasos canopos, cubiertos cada uno de ellos con las cabezas de los hijos de Horus. La cavidad abdominal era rellenada con sustancias aromáticas como canela o mirra molida. Una vez cosida la incisión, el cadáver era colocado en baño de natrón durante 60 días. Pasado este tiempo, el cuerpo se lavaba y envuelto en vendas impregnadas en goma arábiga. Cada una de las vendas llevaba escrita una oración que iba dirigida a las divinidades protectoras, colocándose al tiempo amuletos entre ellas, destacando el escarabajo sobre el corazón.
La segunda momificación era más barata y consistía en inyectar resina de miera en la cavidad abdominal, sin extraer las vísceras, a través de los orificios. También se conservaba el cuerpo en el baño de natrón, dejándose salir el producto inyectado.
El tercer tipo era reservado a los pobres y consistía en vaciar la cavidad abdominal mediante purgas y conservar el cuerpo en el correspondiente baño de natrón.

Fuente: http://www.artehistoria.jcyl.es/historia/contextos/258.htm