¿Quién no ha tenido en el trayecto de su vida momentos mágicos? Esos que guardamos en nuestra memoria y cuando afloran solo dibujan una sonrisa en nuestro rostro. Yo no soy la ecepción y conservo un recuerdo de mi infancia como en sueño

    No sé si en todos los países tienen esta tradición, pero en México es común bailar un vals cuando nos graduamos de sexto de primaria. Lo que para muchos puede ser un día sin trascendencia, fue para mí una experiencia llena de encanto, emoción, nerviosismo y magia. Todo empezó con los ensayos, cuando reunieron los tres grupos de sexto para formar las parejas, que para mi fortuna era por estaturas. Mientras nos formaban, yo celosamente guardaba la esperanza de que mi pareja fuera Roberto, si, el niño que había robado mi corazón, uno de los mejores amigos de mi hermano y por si faltaba poco, el mejor portero de la escuela. Ahí lo tenía, tan cerca e inalcanzable a la vez.

     Después de unos minutos no tarde en despertar de mí sueño, y aunque lo deseaba intensamente no me toco ser su pareja,  y peor aun nunca se presentaba a los ensayos. Mientras todo eso transcurría, a mi me tocaba liderar con un niño un poco regordete que después de cargar su pesada mano quedaba exhausta. A los pocos días me cambiaron de pareja y en contraste me toco un niño flaco y ligero como una pluma. No tuvo que pasar mucho tiempo para que perdiera el encanto e interés por siquiera participar en el vals. Así que decidimos Paulina, pareja de Roberto, y yo intercambiar nuestros lugares; ella por la negativa de Roberto a participar y el miedo de quedar fuera del vals, o lo peor aún bailar sola. Para ese momento, yo no tenía el más mínimo interés de bailar el vals e incluso pasaba por mi mente no presentarme a la graduación, total nadie iba a notar mi ausencia.

     El último ensayo estaba solo cubriendo un espacio que el día siguiente estaría vacio como estaba mi ilusión de siquiera ver a Roberto.  Parte del vals incluía formar un circulo, en el que las mujeres quedábamos al interior y de frente, y los hombres a nuestra espalda, sostenían con su mano izquierda nuestra cintura, y con la derecha nuestra mano que cruzaba por el hombro mientras nos balanceábamos al ritmo de la música. Tengo muy presentes ese momento, ahí estaba yo, simulando tener una pareja y siguiendo al compas de la música los pasos, cuando repentina e inesperadamente alguien sostuvo mi mano. Con sobresalto, gire mi rosto para encontrarme con el de Roberto, mi amor platónico, el hombre de mis sueños. No puedo olvidar su rostro cubierto  con gotas de sudor y mugre después de pasar horas jugando futbol, los nervios y la emoción invadieron todo mi ser para dar paso a la experiencia más hermosa de mi infancia, un cuento de hadas; sobra describir las sensaciones raras en mi estomago y la palpitación acelerada de mi corazón.

     Fue así como viví ese día inolvidable, tan impactante que no recuerdo claramente el día de la graduación, solo el momento mágico de su llegada.