Historia del Capitalismo

Capitalismo

El capitalismo es un sistema político, social y económico en el que grandes empresas y unas pocas personas acaudaladas controlan la propiedad, incluyendo los activos capitales (terrenos, fábricas, dinero, acciones de la bolsa, bonos). El capitalismo se diferencia del sistema económico anterior, el feudalismo, por la compra del trabajo a cambio de un salario, y ya no por la mano de obra directa que se obtenía por concepto de costumbre, tarea u obligación (cercana a la esclavitud) en el feudalismo. Se diferencia del socialismo mayormente por la predominancia de la propiedad privada, en contraste con la propiedad social de los elementos de producción. En el capitalismo el mecanismo de precios se utiliza como supuesta señal que asigna recursos entre usos distintos. Las distintas formas del capitalismo dependen de, entre otros, el grado al cual se utilice el mecanismo de precios, el grado de competitividad de los mercados y el nivel de participación gubernamental en la economía.

Para definir el capitalismo es necesario definir sus principios básicos, ya que no existe un consenso sobre su definición. Generalmente, el capitalismo se considera un sistema económico en el cual la propiedad privada desempeña un papel fundamental. Este es el primero de los principios básicos del capitalismo. Se incluyen también dentro de éstos la libertad de empresa y de elección, el interés propio como motivación dominante, la competencia, la importancia del sistema de precios o de mercado y un reducido papel del gobierno.

Sobre la propiedad privada, el capitalismo establece que los recursos deben estar en manos de las empresas y personas particulares. De esta forma, a los particulares se les facilita el uso, empleo y control de los recursos que utilicen en sus labores productivas. Como consecuencia de lo anterior, los particulares podrán utilizar los recursos como mejor les parezca.

La libertad de empresa propone que las empresas sean libres de conseguir recursos económicos y transformarlos en una nueva mercancía o servicio que será ofrecido en el mercado que éstas dispongan. A su vez, son libres de escoger el negocio que deseen desarrollar y el momento para entrar o salir de éste. La libertad de elección se aplica a las empresas, los trabajadores y los consumidores, pues la empresa puede manejar sus recursos como crea conveniente, los trabajadores pueden realizar un trabajo cualquiera que esté dentro de sus capacidades y los consumidores son libres de escoger lo que desean consumir, buscando que el producto escogido cumpla con sus necesidades y se encuentre dentro de los límites de su ingreso.

Competencia se refiere a la existencia de un gran número de empresas o personas que ofrecen y venden un producto (son oferentes) en un mercado determinado. En dicho mercado también existe un gran número de personas o empresas, denominadas consumidores (también llamados demandantes), las cuales, según sus preferencias y necesidades, compran o demandan esos productos. A través de la competencia se establece una «rivalidad» entre productores. Los productores buscan acaparar la mayor cantidad de consumidores para sí. Para conseguir esto, utilizan estrategias de reducción de precios, mejoramiento de la calidad, etc., siendo esta la forma en que la competencia crea un cierto control que evita el abuso por parte de alguna de las partes.

El capitalismo se basa en una economía en la cual el mercado predomina. En éste se llevan a cabo las transacciones económicas entre personas, empresas y organizaciones que ofrecen productos y las que los demandan. El mercado, por medio de las leyes de la oferta y la demanda, regula los precios según los cuales se intercambian los bienes y servicios, permite la asignación de recursos y garantiza la distribución de la renta entre los individuos.

Cada uno de los actores del mercado actúa según su propio interés; por ejemplo, el capitalista, quien posee los recursos y el capital, busca la maximización del beneficio propio por medio de la acumulación y reproducción de los recursos, del capital; los trabajadores, quienes trabajan por la recompensa material que reciben (el salario) y, por último, los consumidores, quienes buscan obtener la mayor satisfacción («utilidad» es la palabra que utilizan los economistas) adquiriendo lo que quieren y necesitan al menor precio posible.

El gobierno en una economía capitalista pura está reducido a su mínima expresión. Sólo se encarga del ordenamiento jurídico que garantice ciertas libertades civiles, el control de la seguridad interna por medio de las fuerzas armadas en conjunto con la policía, y la implantación de políticas indispensables para el funcionamiento de los mercados y el respeto de la propiedad privada. Su presencia en la economía perturba, supuestamente, el funcionamiento de ésta.

Dependiendo del nivel de influencia del gobierno en la economía, además del capitalismo puro, existen el capitalismo autoritario (en el cual los recursos le pertenecen a los particulares pero el gobierno dirige y controla gran parte de la economía) y el capitalismo mixto (en el cual el gobierno y los particulares influyen en la distribución y asignación de los recursos).

El capitalismo surge cuando los derechos de propiedad se establecen de forma definitiva de tal forma que los propietarios puedan disponer de sus recursos, principalmente la tierra, de la mejor forma. Esta transformación se presenta en la parte suroriental de Inglaterra a comienzos del siglo XV cuando los señores feudales pasan de un sistema donde la tierra era explotada por sus siervos sin que ellos fuesen los dueños y con pocos incentivos para incrementar su productividad a un sistema de arriendo, donde la renta dependía de las condiciones del mercado generadas por la competencia entre arrendatarios actuales y potenciales por obtener dichas tierras. Dado que ahora las ganancias eran la base sobre la cual se calculaba el pago de la renta al dueño de la tierra, tanto los arrendadores como los arrendatarios tenían un interés en aplicar nuevas técnica agrícolas que aumentaran al productividad, lo cual en muchos casos genero una expansión en el área cultivada y una reducción en la mano de obra.

Debido a la reducción en el empleo rural, muchas personas se vieron obligadas a migrar a las ciudades donde se empleaban en las incipientes fábricas, muchas veces con salarios bajos y jornadas de más de 12 horas. Sin embargo, la mayor producción agrícola generada por la aplicación de nuevas tecnologías permitió que los precios de los alimentos se redujeran y en general el salario real aumentara, es decir, aún aquellos que ganaban un salario bajo podían comprar más bienes. También esta nueva clase obrera demandaba bienes básicos de consumo masivo y menos calidad lo cual genero un auge en la industria y abrió nuevas industrias que satisfacían esta demanda.

—El primer párrafo fue tomado de The MIT Dictionary of Modern Economics, David W. Pearce (editor), The MIT Press, Cambridge, Massachusetts

—Lo demás se tomó del sitio en internet http://es.wikipedia.org/wiki/Capitalismo

—Te recomendamos la lectura de: 
La trukulenta historia del kapitalismo, de Eduardo del Río (Rius), publicado por Editorial Grijalbo, México.

HISTORIA DEL CAPITALISMO (1 DE 3)

 

HISTORIA DEL CAPITALISMO (2 DE 3)

 

HISTORIA DEL CAPITALISMO (3 DE 3)

Sociales: Capitalismo

 

Las 13 Colonias

Las 13 Colonias

Las trece colonias de Norteamérica

Época: América 1550-1700
Inicio: Año 1550

El siglo XVII trajo mejor suerte para los ingleses, que pudieron establecer varias colonias en América. Entre todas, destacaron las 13 que fundaron en Norteamérica. Las circunstancias de la época de Jacobo I (1603-1625) eran muy favorables para la colonización. El país había consolidado su hegemonía en el mar tras la victoria sobre la invencible, había liquidado el poder de la nobleza y del alto clero, había afirmado el poder del anglicanismo sobre otros grupos protestantes, había enriquecido a su burguesía con las propiedades de los católicos (dinero que ahora se necesitaba moralizar), y había transformado su economía, sustituyendo la estructura agraria por la ganadera y preindustrial. Todo esto se hizo a costa de un pueblo que quedó empobrecido y traumatizado por los problemas religiosos. Isabel I había canalizado a los desheredados hacia la piratería y el corso, pero su sucesor decidió hacer algo más útil, empleándolos en colonizaciones. El capitalismo comercial se brindó a ayudarle, especialmente las dos compañías de Londres y de Plymouth, a las que el monarca les ofreció un territorio americano que los españoles no habían ocupado: el existente al norte de la Florida, entre los 34 y los 45 de latitud N (la costa actual desde Carolina del Norte hasta Maine). Las Compañías se ofrecieron a trasladar allí a los colonos, que pagarían luego su pasaje con el trabajo. Era una variante de los “engage” o siervos que los franceses enviaban también a las colonias de América.

La colonización en Norteamérica empezó y terminó en las colonias del sur, que fueron cinco: Maryland, Virginia, Carolina del Norte, Carolina del Sur y Georgia.

Virginia fue la primera. El 26 de abril de 1607, llegaron a la bahía de Chesapeake (Virginia) tres barcos con 105 colonos mandados allí por la Compañía de Londres. Buscando un lugar donde establecerse subieron un río, al que bautizaron como James, en honor a su Rey. En sus orillas, 40 km arriba, fundaron una ciudad el 24 de mayo a la que bautizaron corno Jamestown. El hambre y las enfermedades redujeron los colonos a 32 en siete meses. El resto pudo sobrevivir gracias a los alimentos que el legendario capitán John Smith logró sustraerles a los indios. La situación se volvió dramática, pues la Compañía no pudo enviar refuerzos. Sus accionistas se negaron a pagar los plazos sucesivos y tampoco surgieron muchos voluntarios que quisieran ir a América para trabajar tierras ajenas. En 1612, un colono llamado John Rolfe injertó una cepa de tabaco nativo con otra traída de las Antillas y obtuvo un producto de excelente calidad: ¡había nacido el tabaco de Virginia! Se cultivó prolijamente y se vendió a buen precio en Inglaterra. La colonia prosperó gracias a esto (más tarde, se consiguió el monopolio de tabaco para Inglaterra) y a la llegada de nuevos colonos, cuando la Compañía transigió al fin (1618) con la propiedad privada, ofreciendo 100 acres a cada emigrante y 50 más por cada miembro de su familia al que pagara el pasaje. En 1619, Virginia tenía más de mil habitantes y el Gobernador Yeardley, representante de la Compañía, solicitó permiso a ésta para tener unos auxiliares administrativos. Se le autorizó a hacerlo. Yeardley les escogió por el mismo procedimiento usado en Inglaterra: cada uno de los 11 distritos de la colonia eligió dos representantes (llamados burgesses u «hombres libres»), que formaron una especie de parlamento local para ayudar al Gobernador en su labor. Fue la primera asamblea electiva de las colonias inglesas. El mismo año de 1619, llegó a Virginia un buque holandés con 20 esclavos negros, que se vendieron con gran facilidad. A partir de entonces, comenzó la compra masiva de esclavos para las plantaciones de tabaco. La usurpación sistemática de las tierras de los indios obligó a éstos a defenderse. El 22 de marzo de 1622 mataron a algunos colonos. Los ingleses hablaron de masacre y prepararon un castigo ejemplar: en 1625 mataron a más de mil indios. Esto se convirtió ya en un modelo a repetir posteriormente en todas las colonias: usurpación de las tierras de los naturales, ataque desesperado de los indios y castigo ejemplar, con el que se conseguía exterminarles  o expulsarles definitivamente de su territorio. La Compañía de Virginia entró en bancarrota en 1624 (perdió unas doscientas mil libras) y fue disuelta por el rey. Virginia se convirtió en una colonia real.

Maryland fue la segunda de este grupo. En 1632, Sir George Calvert, Lord Baltimore, logró que el rey Carlos I le donara un territorio en América para llevar a ella los católicos ingleses que desearan emigrar. Se le otorgó la parte de Virginia que estaba al norte del río Potomac. La donación llevaba implícita la cesión a Calvert del poder político y del control del comercio. En 1634, llegaron allí 220 colonos (entre ellos dos jesuitas) con el hijo de Lord Baltimore y fundaron la ciudad de Saint Mary, en honor a la Virgen. Su colonia la bautizaron como Maryland o Tierra de María. Los colonos de Maryland tuvieron pronto conflictos con sus vecinos protestantes de Virginia y con los nuevos inmigrantes. Para ponerles freno, acordaron proclamar el Acta de Tolerancia (1649), por el cual se permitió practicar cualquier religión que reconociera la Trinidad. Esto equivalía a admitir a todos los cristianos, pero no así a los hebreos. Los Calvert aceptaron el Acta y permitieron, además, que existiera una representación de los colonos mediante una asamblea de burgueses, y favorecieron la emigración otorgando 100 acres a cada cabeza de familia que emigrara y 50 más por su mujer y por cada hijo. Esto hizo que acudieran a Maryland muchos emigrantes pobres de otras regiones. En 1715, los propietarios de la colonia renunciaron a su catolicismo.

Carolina (del Norte) fue poblada, en 1653, por un grupo de virginianos. Diez años después ocho promotores, entre ellos Sir Anthony Ashley Cooper, lograron que Carlos II les cediera tierras situadas entre los 31 y 36 grados de latitud, para cultivar allí morera, vino, aceitunas, etc. La colonia fue bautizada entonces como Carolina, en honor al rey, y Ashley condujo el primer gran grupo de colonos. En 1670, estos pobladores marcharon hacia el sur y fundaron Charlestown (1672). Carolina sufrió muchos problemas derivados del enfrentamiento entre los colonos y los señores. En 1669, se implantó una especie de constitución en la que colaboró John Locke, de carácter aristocrático, que creó una nobleza latifundista y reservó la asamblea colonial a los nobles y propietarios. El establecimiento de escoceses e irlandeses en el sur de Carolina motivó nuevos conflictos que condujeron al monarca, en 1729, a dividir la colonia en Carolina del Norte y del Sur, cada una de ellas con un gobernador real.

Georgia fue la última de las colonias. Data del siglo XVIII. El rey George II concedió permiso, en 1732, al diputado James Ogelthorpe para establecer una colonia con presidiarios ingleses entre los ríos Altamaha y Savannah, en frontera con los españoles de Florida. Al año siguiente, Ogelthorpe estableció varios cientos de colonos en Savannah, a orillas del río del mismo nombre.
Las colonias del norte fueron cuatro: New Hampshire, Nueva Inglaterra, Rhode Island y Connecticut. Simbolizan un sistema de colonización opuesto al de las colonias del sur, creando un antagonismo vital que subsistirá largos años.

Nueva Inglaterra, la colonia que se creó en el actual estado de Massachusetts, tiene para los norteamericanos una importancia excepcional, pues se sienten más vinculados a ella que a las demás por sus características spenglerianas, ya que sus colonizadores consideraron América como una Nueva Jerusalén o Tierra Prometida donde podían vivir las gentes que en Europa eran perseguidas por sus ideas religiosas. Estos colonos fueron los puritanos o defensores de una auténtica reforma protestante que purificase la Iglesia anglicana de los vestigios católicos que aún quedaban en ella. Eran calvinistas, creían en la predestinación (el éxito en la vida reflejaba la elección divina de pertenecer a los que irían al Paraíso después de morir), eran extremadamente laboriosos y practicaban una moral social muy rígida, marcada por la austeridad y la frugalidad. Acosados por sus compatriotas anglicanos, muchos de ellos huyeron a Holanda y se radicaron en Leyden y Amsterdam(1609). Allí, sus líderes William Brewster y John Robinson negociaron con la compañía de Londres el transporte de los puritanos a Virginia a cambio de trabajar siete años para pagar a los banqueros y comerciantes el pasaje.

Los peregrinos -llamados así porque teóricamente eran apátridas- abandonaron Leyden en el buque Speedwell y se trasladaron a Plymouth, donde se les unieron otros correligionarios. El 16 de septiembre de 1620, embarcaron en el Mayflower, un buque de 33 metros de largo y 180 toneladas. A bordo del mismo iban 35 pasajeros de Leyden y 66 de Londres y Southhampton:
101 peregrinos en total. El 9 de noviembre de 1620 arribaron a América. Al tomar la latitud, comprobaron que se habían equivocado de sitio: aquello no era Virginia. Habían llegado, en efecto, al cabo Cod, en Massachusetts, una tierra bautizada anteriormente como Nueva Inglaterra por el capitán John Smith. Los emigrantes se reunieron para deliberar sobre su situación y acordaron establecerse allí, elegir su propio gobierno, trabajar unidos y buscar la alianza con los indios. El 26 de diciembre desembarcaron y construyeron unas rústicas cabañas para guarecerse del frío. Así nació Plymouth. Aquel invierno perecieron la mitad de los peregrinos, incluido el gobernador que habían elegido. Al llegar la primavera, un indio llamado Squanto les enseñó a cultivar maíz. En el otoño de 1621 pudieron recoger su primera cosecha.

Lo celebraron con una gran fiesta que duró tres días, y que es la que los norteamericanos rememoran como Thanksgiving Day o Día de Acción de Gracias. La colonia de Nueva Inglaterra fue prosperando. En 1626, los colonos pudieron pagar a la Compañía de Londres las 81.800 libras que les había costado su viaje, dividiéndose la tierra. En 1628, un grupo de ellos dirigido por John Endecott fundó Salem. Dos años después, se estableció la ciudad de Boston, que pronto fue la más importante de Nueva Inglaterra. En 1633, arribaron casi mil puritanos huyendo de Inglaterra ante la hostilidad del obispo Laud, nuevo primado de la Iglesia Anglicana. La migración continuó sin cesar. En 1640, Nueva Inglaterra tenía ya 22.500 habitantes, frente a los 5.000 de Virginia y Maryland. También progresó el sistema gubernativo. En 1629 se estableció un Consejo General, el que cinco años después se encargó de las cuestiones legislativas (estaba formado con representantes de los hombres libres de cada población), dividiéndose posteriormente en dos cámaras. En 1641, se adoptó un Código de libertades que incluía el juicio por jurados, los impuestos votados por representantes de los ciudadanos, el proceso para los casos de pena capital, la prohibición de tortura o de castigos bárbaros y la igualdad para los extranjeros. La sociedad reflejaba, sin embargo, el espíritu puritano que seguía el ejemplo de las primeros cristianos. La tierra fue repartida por comunidades y redistribuida por éstas entre sus miembros. Los colonos trabajaban, oraban y resolvían sus problemas conjuntamente, bajo liderazgo religioso. La moral imperante condenaba el excesivo enriquecimiento individual: en 1639 se juzgó al comerciante Robert Keayne por encarecer demasiado los artículos que vendía, resultando multado por ello. La rígida disciplina produjo pronto disidencias e infinitos problemas. Dos ministros religiosos, John Cotton y Thomas Hooker prefirieron exilarse antes que aceptar el poder oligárquico de los líderes religiosos, fundando Withersfield y Hartford (1636). Al año siguiente, el reverendo John Davenport y el comerciante Theophilus Eaton fundaron New Haven, en Connecticut. Puntos de vista disidentes sobre la jerarquía religiosa motivaron la expulsión de Anne Hutchinson (1637) y otros, que se establecieron en Portsmouth (Rhode Island). Nueva Inglaterra era ya una colonia importante por entonces y estaba necesitada de centros educativos. Una ayuda de 400 libras había permitido abrir una escuela al norte del río Carlos, pero se carecía de recursos para sacarla adelante. En 1638, murió de tuberculosis un pastor llamado John Harvard, quien dejó toda su fortuna a la escuela: unas 700 libras y una biblioteca de 400 volúmenes, un verdadero tesoro para entonces. La escuela decidió llamarse Colegio de Harvard y se constituyó como la primera institución de enseñanza en las colonias inglesas. También en 1639, se introdujo la imprenta en el pueblecito de Cambridge, donde se publicó al año siguiente un libro de salmos. En 1660, los calvinistas perdieron el monopolio de gobierno sobre la comunidad y la colonia se volvió más mundana y próspera. En 1691, la Corona asumió el control de la Colonia.

New Hampshire fue poblado en 1622, año en que Sir Ferdinando Georges y John Mason obtuvieron permiso de Nueva Inglaterra para fundar entre los ríos Merrimack y Kennebec. Mason había vivido en Inglaterra en el condado de Hamphsire, de donde trasplantó el nombre.

Connecticut fue explorado por colonos de Massachussets a partir de 1632, cuando se realizó la primera marcha hacia al Oeste de la historia norteamericana. En 1635 se estableció Saybrook, en la boca del río Connecticut. En esta colonia se realizó la primera gran matanza de indios en 1637. Unos colonos encerraron a 600 pequot (hombres, mujeres y niños) en un baluarte y le prendieron fuego, quemándolos vivos. En realidad la conquista inglesa, se parecía bastante a la española, como vemos. Todas las conquistas son iguales.
Rhode Island nació gracias al celo del puritano Roger Williams, que llegó a Boston, en 1631, y encontró muchas dificultades para el ejercicio de su apostolado, ya que predicaba una reforma religiosa con separación de la iglesia y el Estado. Fue desterrado de Nueva Inglaterra, en 1635, y se dirigió al sur, donde fundó Providence. La colonia se expandió luego por numerosas islas cercanas. La mayor de ellas había sido bautizada como Rodas por el descubridor Verrazzano, un siglo y cuarto antes, tomando por ello la colonia el nombre de Rhode Island y Providence. Con el tiempo terminó por llamarse sólo Rhode Island. En 1647, comprendía Providence, Newport y Portsmouth.

Si las colonias del sur y del norte representaron dos formas contrapuestas de colonización inglesa, las del centro (Nueva York, Nueva Jersey, Delaware y Pennsylvania) simbolizaron, en cambio, otras colonizaciones europeas.

Nueva Holanda, llamada luego Nueva York, se originó como una colonización holandesa. El interés de la Compañía de las Indias Orientales holandesa por hallar un paso interoceánico en Norteamérica la llevó a contratar los servicios del navegante inglés Henry Hudson, quien llegó en 1609 a la isla de Manhattan y a la desembocadura del río que lleva su nombre. Hudson contó excelencias de aquella zona a su regreso y numerosos holandeses empezaron a viajar hacia ella para comerciar con los indios. Una de las primeras expediciones fue la de Adriaan Block. Arribó a Manhattan en 1613 y tuvo que quedarse allí, ya que se le quemó el barco. Las cabañas que construyó para invernar constituyeron el primer poblamiento europeo en la famosa isla. Pronto fueron tantas que formaron una aldea. La Compañía holandesa de las Indias Occidentales, que acababa de constituirse (1621), reclamó el territorio existente entre el Cabo Cod y el río Delaware. En 1624, colonos holandeses fundaron los fuertes Orange (Albany) y Nassau. Al año siguiente, se construyó el fuerte Amsterdam, en la isla de Manhattan, bajo la dirección del ingeniero Cryn Fredericksz. En 1626, Peter Minuit fue enviado por la Compañía para organizar dicha colonia y compró la isla de Manhattan a los indios por unas baratijas (telas chillonas, collares, etc.) valoradas en unos 60 florines. Manhattan se convirtió en el centro de una próspera colonia llamada Nueva Holanda. Su pequeña aldea de Nueva Amsterdam acogió pronto a gentes de todos los países, ya que los emigrantes holandeses eran escasos. En 1643, un jesuita que pasó por allí dijo que se hablaban 18 lenguas diferentes. Era un presagio de su futuro. Los holandeses poblaron las regiones cercanas a la isla. Brooklyn y Harlem fueron nombres de ciudades holandesas. Fundaron, además, numerosas ciudades, como Swanendael, Beverwyck, Gravezande, Heemstede, Vliessingen, Yonkers, etc. La colonia prosperó gracias a la libertad de comercio de pieles y, en 1653, tenía ya dos mil habitantes. Tuvo varios gobernadores holandeses entre los que destacó Peter Stuyvesant.

Delaware nació como Nueva Suecia y fue el sueño del rey Gustavo Adolfo. Murió en 1632 sin verlo realizado, pero poco después se creó la Compañía de la Nueva Suecia, que puso en marcha la empresa. Reunió unos colonos y contrató los servicios de Peter Minuit, que se había convertido en socio de la Compañía sueca, para que los condujera a América. La expedición llegó en 1638 a la bahía de Delaware, donde había un pequeño establecimiento de 22 colonos holandeses y procedió a fundar allí la colonia. El 29 de marzo de 1638, erigieron Fuerte Cristina (cerca de la actual Wilmington), en honor a la reina sueca. La Nueva Suecia tuvo varios cientos de colonos suecos y finlandeses. En 1643, el nuevo gobernador sueco Johan Bjornsson construyó nuevos emplazamientos en Varkenskill, Upland y Nueva Cristina, mientras los pastores luteranos trataban de evangelizar a los indios.

Estas colonias fueron a parar a manos inglesas. Primero, hubo problemas entre los colonos holandeses y suecos, que terminaron en 1655, cuando los primeros ocuparon la Nueva Suecia, integrándola a Nueva Holanda. Luego surgieron otros entre los ingleses y los holandeses, derivados de la lucha por la supremacía en el mar. El rey Carlos II de Inglaterra decidió concederle las colonias holandesas en América a su hermano Jacobo, Duque de York. Este organizó una flota que se presentó en Nueva Amsterdam, el 29 de agosto de 1664, exigiendo su rendición. El gobernador Stuyvesant tuvo que capitular el 7 de septiembre y los ingleses ocuparon Nueva Amsterdam, que rebautizaron como Nueva York. A Fuerte Orange lo denominaron Albany, etc. Así quedó todo anglizado. Cuando el Duque de York se convirtió en Jacobo II, transformó el territorio en colonia real (1685). Holanda reconoció la pérdida territorial de Nueva Holanda en el Tratado de Breda de 1667.
New Jersey tuvo una colonización más compleja. Tras la ocupación de Nueva Holanda, el Duque de York cedió a sus amigos George Carteret y Lord John Berkeley algunas tierras situadas entre los ríos Delaware y Hudson (1664). En las condiciones de la cesión se estipuló que los propietarios nombrarían un gobernador, que se ayudaría en su trabajo con un consejo, y que habría asamblea electiva y libertad religiosa. Carteret, que había defendido la isla inglesa de Jersey contra los parlamentaristas de Cromwell, pudo llamar a la nueva colonia Nueva Jersey. El mismo año envió a colonizar a su sobrino Philiph Carteret, que fundó la población de Elizabethtown (1665) en honor a su señora. Las mercedes territoriales de Carteret y Berkeley se unieron en 1702, integrando una colonia real. En cuanto a Lord Berkeley, vendió sus derechos en New Jersey a dos cuáqueros (1674).

Pennsylvania fue una colonia fundada por los cuáqueros, grupo protestante que practicaba una doctrina igualitarista, pacifista y de plena libertad de conciencia, que horrorizaba a los anglicanos. El fundador de la secta fue George Fox y sus seguidores fueron, principalmente, gentes pobres de los suburbios urbanos. El nombre de cuáqueros les vino porque decían temblar -quaquer, en inglés- ante el poder de la palabra divina, que cada uno escuchaba dentro de sí (rechazaban la jerarquía eclesiástica). El problema cuáquero adquirió importancia cuando se convirtió a dicha religión un personaje notable, William Penn, hijo del almirante del mismo nombre. Penn Jr. heredó con la fortuna paterna un pagaré por valor de 16.000 libras contra el Rey de Inglaterra y propuso a Carlos II amortizarlo a cambio de un territorio en Norteamérica donde pudiera instalar a sus hermanos de religión. El Rey aceptó encantado, en 1681, no tanto por librarse de la deuda como por quitarse de encima a los cuáqueros y le otorgó la región situada entre los 40 y 43 grados de latitud norte (1681). Al año siguiente, los cuáqueros arribaron al río Delaware y lo remontaron hasta un lugar que pareció ideal para fundar una ciudad en la que realizar su Holy Experiment o Santo Experimento. Se llamó Filadelfia y fue proyectada con un trazado modelo. Penn vendió parcelas de hasta 8.000 hectáreas por un precio bajo, más un censo anual y arrendó otras a los colonos que no tenían dinero. Como no quiso cometer el mismo error de las compañías de gobernar la colonia desde Inglaterra, pese a ser propietario del terreno, redactó una especie de constitución y una declaración de derechos (Frame of Government y la Charter of Liberties) que reconocían la autonomía colonial y garantizaban la libertad religiosa. Pennsylvania siguió siendo propiedad de la familia Penn hasta la revolución independentista.

Fuente: http://www.artehistoria.jcyl.es/historia/contextos/1585.htm

Conclusion de la Guerra

El resultado de la guerra sólo puede entenderse dadas las peculiaridades de la misma. En primer lugar, una forma de combate aparentemente primitiva demostró su validez. En una guerra de guerrillas, la absoluta seguridad en tres cuartas partes del país es mejor que tres cuartas partes de seguridad en todo el país y los guerrilleros siempre ganan con tan sólo evitar la derrota total (Kissinger). Pero, al margen de lo sucedido en Vietnam del Sur, los norteamericanos subestimaron por completo la capacidad de resistencia de los nordvietnamitas: el número de sus bajas fue parecido a como si los Estados Unidos hubieran tenido diez millones de muertos. La dureza del adversario nordvietnamita difícilmente puede ser exagerada: Giap decía que si le mataban diez soldados pero él conseguía matar uno lo consideraba como una victoria. Hay motivos para considerar que, como escribió un izquierdista norteamericano, la guerra fue «el más largo y más sostenido esfuerzo revolucionario en la Historia contemporánea». Claro está que tuvo detrás a un poder totalitario para sostenerla. 

La guerra probó, por tanto, que no siempre los medios técnicos son capaces de producir el desenlace de un conflicto bélico. Así se aprecia, sobre todo, en lo que respecta al arma aérea: es posible que los Estados Unidos gastaran diez dólares en sus bombardeos por cada dólar de pérdida que le causaban al adversario. En realidad, emplearon este procedimiento más en el Sur que en el Norte, pero allí perdieron unos 950 aviones merced a los antiaéreos soviéticos. En 1965-1967 los aviones norteamericanos lanzaron más bombas que en todos los combates de la Segunda Guerra Mundial. En 1970 se habían arrojado ya más bombas que en cualquier guerra anterior. 

En tierra las tropas norteamericanas se impusieron allí donde combatieron en condiciones normales, pero su inconveniente principal fue siempre la desmoralización. Una descripción sarcástica de los soldados norteamericanos los presentó como «los implicados a pesar suyo dirigidos por incompetentes cumpliendo una tarea inútil para una gente ingrata». Algún dato sirve para dar cuenta de en qué consistió la guerra de guerrillas: una cuarta parte de las bajas norteamericanas fueron causadas por trampas o por minas y entre el 15 y el 20% lo fueron por fuego amigo. La tensión sufrida y el momento explican que el consumo de drogas se generalizara entre los soldados. En cambio sólo murieron cuatro generales y tres de ellos en accidentes de helicóptero. Los oficiales tan sólo se mantenían en combate seis meses, lo que hacía imposible que las unidades permanecieran apegadas a ellos. Pero, como quiera que sea, no fue de una importancia decisiva que la victoria militar no la obtuvieran los norvietnamitas. Lo que es significativo, en cambio, es que el mismo día en que acabó la guerra fue liquidado también el servicio militar obligatorio en Estados Unidos. Estratégicamente siempre los norteamericanos estuvieron a la defensiva y nunca quisieron crear una psicología bélica en la retaguardia. 

Hubo 58.000 muertos norteamericanos frente a los 33.000 de la Guerra de Corea. Al margen de estas cifras, las restantes resultan mucho más incompletas y contradictorias de acuerdo con las fuentes. Es posible que los muertos sudvietnamitas fueran 100.000 y medio millón los norvietnamitas y del Vietcong. Las cifras de civiles muertos oscilan entre 400 y 1.300.000. Parece evidente que, a pesar de su brutalidad, en esta guerra se procuró evitar en mayor grado que en la Segunda Guerra Mundial los daños a la población civil. Otro dato importante es que 278 soldados norteamericanos fueron condenados por sus propios tribunales por las atrocidades cometidas. Sin embargo, el sargento Calley, responsable de haber asesinado a un niño y condenado por ello a veinte años de cárcel en 1971, salió de ella en 1974. 

Las consecuencias de la Guerra de Vietnam fueron muchas y, sobre todo, muy paradójicas. Vietnam quedó convertido en una dictadura comunista que ejecutó de forma inmediata a algunas decenas de millares de personas. En los años ochenta todavía había cuarenta campos de concentración con 100.000 prisioneros. Por entonces, casi un millón de personas pretendieron huir y unos millares murieron al hacerlo por mar (fueron los «boat-people» que motivaron la solidaridad de los intelectuales occidentales). Vietnam fue también, pese a la ayuda soviética, uno de los doce países más pobres del mundo, pero con un Ejército que proporcionalmente era el cuarto. La visión favorable que muchos intelectuales habían tenido de Vietnam del Norte se demostró carente de cualquier fundamento: Susan Sontag había dicho que aquélla era «una sociedad ética» y Grass que Estados Unidos al atacarla había perdido todo derecho a hablar de moral en el futuro. En otros sitios, la situación en la posguerra fue todavía peor. En Camboya los porcentajes de la población eliminados por quienes ahora ocuparon el poder rondaron entre el 15 y el 25% del total. 

Vietnam desapareció muy pronto del horizonte de la política norteamericana, prueba evidente de que los norteamericanos habían pretendido al final librarse de este conflicto como fuera. Ni siquiera hubo ninguna discusión colectiva como la provocada por la caída de China en manos de los comunistas. Pero, en cambio, en la conciencia de muchos de los participantes en la toma de las decisiones fundamentales hubo una auténtica obsesión retrospectiva por lo acontecido. El ex secretario de defensa norteamericano Robert S. Mac Namara escribió todo un libro en el cual enumeró hasta once causas de lo sucedido desde la ignorancia del país o la falta de percepción del peligro del adversario hasta el olvido del papel del nacionalismo. Dean Rusk, el secretario de Estado, escribió sus memorias rememorando el conflicto que había tenido con su propio hijo por su diferente percepción acerca de lo sucedido. «Aún hoy no puedo escribir sobre Vietnam sin sentir dolor y tristeza», asegura Kissinger en sus Memorias. 

El deseo de olvidar la guerra pareció dominar largo tiempo el panorama en los medios de comunicación más populares. En la cinematografía, el excombatiente del Vietnam fue retratado con frecuencia como un drogadicto enloquecido, mientras que los prisioneros norteamericanos de la Embajada de Teherán eran considerados como héroes. Sólo en los años ochenta se mitificó al excombatiente de Vietnam. Tardaron mucho las interpretaciones exentas libres de la carga del recuerdo propio. Si la Guerra de Vietnam fue la primera en ser televisada y a nada pueden compararse sus imágenes, al mismo tiempo su complejidad no puede ser explicada sólo con ellas. 

Finalmente, al margen del impacto que la Guerra de Vietnam tuvo en la política interna americana, las consecuencias más destacadas en la política exterior fueron las aventuras soviéticas y cubanas en África y en Etiopía, favorecidas por la parálisis producida en la norteamericana. La lección más importante fue para ella que una democracia debe guardar siempre determinados requisitos a la hora de intervenir un conflicto exterior y que debe actuar con una moderación que estuvo por completo ausente en este caso.

 

Medio Oriente

Las consecuencias de que se hubiera puesto en práctica la «contención» norteamericana fueron decisivas en Medio Oriente. En junio de 1948, fue creada la VI Flota norteamericana, destinada a servir como instrumento de intervención rápida en caso de peligro. Con posterioridad, como en otras partes del mundo, los Estados Unidos anudaron toda una serie de pactos en la zona. En 1951, Grecia y Turquía fueron invitadas, a pesar de sus ancestrales diferencias, a incorporarse a la OTAN. En 1955, la firma del Pacto de Bagdad, formado por Gran Bretaña, Pakistán, Irán e Iraq, dio la sensación de reafirmar el control occidental de la zona, sobre todo teniendo en cuenta que en un protocolo adicional complementario franceses, británicos y norteamericanos se habían comprometido al mantenimiento del statu quo.

Si hubo diferencias considerables entre las potencias administradoras respecto a la descolonización, algo parecido puede decirse de la geografía de la misma. Aunque la descolonización se realizó, sobre todo, durante la posguerra en Asia, también tuvo un inicio en el Medio Oriente. La llegada de la paz tuvo como consecuencia allí la aparición del panarabismo -creación de la Liga Árabe en marzo de 1945- y el comienzo de la descolonización en los territorios que hasta el momento habían estado bajo mandato británico o francés.

Este comienzo de descolonización no se hizo sin dificultades, incluso entre las propias potencias colonizadoras, especialmente en Líbano y Siria, donde Francia pretendía mantener la influencia otorgada después de la Primera Guerra Mundial. Mejor suerte pareció tener, al menos durante algún tiempo, Gran Bretaña. En Egipto, que había logrado la independencia excepto en materia de política exterior, la pretensión local de lograr la retirada de los británicos no se vio coronada por el éxito. Iraq acabó retirando a Gran Bretaña las ventajas estratégicas de que disponía, pero la potencia administradora conservó, en cambio, una sólida implantación en Transjordania, cuyo emir permitió la presencia de tropas británicas en su territorio. Irán, por su parte, fue abandonado por los anglosajones, pero los soviéticos permanecieron durante mucho más tiempo, contribuyendo a la exaltación de los sentimientos de peculiaridad entre los kurdos y azeríes, hasta finalmente aceptar retirarse.
Fue, sin embargo, en el Mediterráneo oriental donde de forma más caracterizada se planteó el problema de la guerra fría y de la «contencion» del antiguo aliado soviético. Los anglosajones tenían la firme decisión de controlarlo: no en vano, gracias a su poder naval habían conseguido en su momento liquidar la aventura militar de Rommel y ahora el rosario de bases británicas parecía garantizar que no se producirían cambios importantes. Pero hubo un momento inicial en que éstos parecieron posibles. Turquía había declarado la guerra a Alemania cuando se acercaba la derrota de ésta.

Cuando llegó la paz, sin embargo, debió soportar una fuerte presión soviética relativa a una posible rectificación de las fronteras en Anatolia y de las disposiciones acerca de la navegación por los Estrechos. La respuesta norteamericana consistió en el envío de medios navales a la zona en el verano de 1946. La tensión resultó todavía más agobiante en lo que respecta a Grecia. Situada bajo un control militar británico de 40.000 hombres, había heredado de la ocupación alemana y de la resistencia contra ella una guerrilla comunista en el Norte, dirigida por el general Markos y ayudada por los países sovietizados vecinos.

El deseo de Gran Bretaña de liberarse del peso de una intervención que le resultaba demasiado onerosa le llevó, en febrero de 1947, a informar a los norteamericanos que se veía obligada a retirar sus efectivos. Al mes siguiente, Truman, decidido a que los norteamericanos asumieran la responsabilidad internacional que les correspondía, enunció ante el Congreso norteamericano la doctrina que en adelante llevó su nombre. Los Estados Unidos debían estar a la cabeza del mundo libre y estaban obligados también a ayudar a los países a librarse de los intentos de dominación puestos en marcha por minorías armadas o por presiones exteriores. En la reunión celebrada en marzo y abril de 1947 en Moscú por los ministros de Asuntos Exteriores, no sólo no hubo acuerdo alguno sino que lo característico fue un proceso de creciente desconfianza. No hubo más reuniones de este tipo.

Las consecuencias de que se hubiera puesto en práctica la «contención» norteamericana fueron decisivas en Medio Oriente. En junio de 1948, fue creada la VI Flota norteamericana, destinada a servir como instrumento de intervención rápida en caso de peligro. Con posterioridad, como en otras partes del mundo, los Estados Unidos anudaron toda una serie de pactos en la zona. En 1951, Grecia y Turquía fueron invitadas, a pesar de sus ancestrales diferencias, a incorporarse a la OTAN. En 1955, la firma del Pacto de Bagdad, formado por Gran Bretaña, Pakistán, Irán e Iraq, dio la sensación de reafirmar el control occidental de la zona, sobre todo teniendo en cuenta que en un protocolo adicional complementario franceses, británicos y norteamericanos se habían comprometido al mantenimiento del statu quo.

Pero ya en la primera década de la posguerra, el poder occidental se enfrentó con retos importantes en esta región del mundo. El principal se produjo en Irán. Venezuela, en plena Guerra Mundial, había introducido mediante ley un reparto de los beneficios obtenidos de la explotación del petróleo y su ejemplo acabó siendo seguido por las autoridades políticas del Medio Oriente desde comienzos de los cincuenta. En esa época, tan sólo el 9% de la renta del petróleo era obtenida por un tan importante país productor como era el Irán. En la primavera de 1951, Mohammed Mossadgh, el primer ministro iraní, promulgó una ley de nacionalización del petróleo, en una decisión que puede considerarse semejante a la que luego Nasser tomaría respecto al Canal de Suwz. Pero lo cierto fue que los resultados no fueron semejantes en los dos casos.

En realidad, Mossadegh pasó por enormes dificultades antes de conseguir poner en marcha las instalaciones que habían abandonado los técnicos extranjeros e Irán se vio boicoteado por los consumidores. El golpe de Estado militar que acabó con él, en agosto de 1953, ha sido atribuido, con fundamento, a la CIA. Los tiempos, de todos modos, no estaban maduros para que un intento como éste pudiera fraguar: ni existía un ideario neutralista ni Mossadegh se caracterizó por una ideología populista como la de Nasser. Su derrocamiento supuso el pleno restablecimiento del poder del Sha, que se había visto obligado a marchar al exilio.

En otro conflicto del Mediterráneo oriental durante esta época, el de Chipre, se mezclaron factores muy diversos, desde la descolonización hasta la pluralidad étnica y cultural. En Chipre, la tercera isla del Mediterráneo, con una población formada por griegos en un 80%, la autoridad religiosa desempeñó siempre un papel político de primera importancia mientras que el movimiento sindical estuvo influenciado por los comunistas. La peculiaridad en la composición demográfica de la isla hizo que la auténtica reivindicación en ella no fuera la independencia sino la «enosis», es decir, la unificación con Grecia, que la reclamaba desde 1947. Ya en 1950 la cuestión quedó internacionalizada en un momento en que la guerra fría parecía impedir cualquier otro posible conflicto adicional, gracias a que Atenas llevó la cuestión ante las Naciones Unidas, lo que inmediatamente tuvo como consecuencia la oposición de Turquía, de cuya procedencia era el resto de la población isleña. De este modo, un conflicto cultural entre dos comunidades pareció romper la convivencia entre dos aliados en el seno de la OTAN. El arzobispo Makarios, líder indisputado de la comunidad grecochipriota, se convertiría en un personaje de rango internacional gracias a la conflictividad en la zona.

America Latina en 1941

Le evolución sufrida por América Latina a lo largo de los primeros años de la guerra resulta de especial interés, tanto con respecto a la evolución interna de cada país como en relación a la situación internacional en su conjunto. Para entonces, se mostraban de forma todavía muy marcada los efectos de la crisis de 1929, como consecuencia de la debilidad intrínseca de sus estructuras económicas. Sobre el plano político, el recurso a la dictadura militar sigue siendo el método más utilizado en general, salvo en casos muy aislados de entre los que México presenta características especiales. Además, llegado el año 1941, cuando las armas alemanas ostentan su máxima pujanza en detrimento de los valores democráticos, las actitudes de signo fascista existentes en el interior de las sociedades latinoamericanas se ven impulsadas de la forma más decidida.

El auge de las ideologías de corte nazi y fascista se mostraba más fuerte en los países que habían alcanzado un mayor grado de desarrollo social y económico. Países que incluso se habían dotado de instituciones políticas que, aunque imperfectas e ineficaces, trataban de reproducir de forma aparente las formas democráticas existentes en Europa y los Estados Unidos. Proliferaron de esta forma los movimientos inspirados en los totalitarismos reaccionarios, fomentados además por la actividad de los extensos grupos de emigrantes europeos y aún por agentes del Eje. Brasil, Chile y Argentina observaron así el arraigo de actitudes de este signo, subvencionadas tanto desde el exterior como por sectores de las respectivas oligarquías nacionales y del Ejército.

Sin embargo, estas posiciones no serían en definitiva capaces de sustituir a las formas tradicionales de dominio de corte conservador que actuaban como elementos de control de las poblaciones. El New Deal había impulsado desde los Estados Unidos un cierto grado de renovación de estructuras en los vecinos del sur, pero a pesar de todo se manifestaba de la forma más evidente la persistencia de unos usos tradicionales que invalidaban toda posibilidad dirigida en este sentido. En 1939 algunos de los países del área se habían visto positivamente afectados por la presencia de los exiliados procedentes del bando republicano vencido en la guerra civil española. Sobre todo México, Argentina y el área del Caribe habían recibido a estos contingentes humanos de ideología progresista, que habían de influir decisivamente sobre sus estratos sociales medios.

Inmediatamente después del inicio de la guerra en Europa, una conferencia interamericana celebrada en Panamá había servido como instrumento formal a los Estados Unidos para imponer sobre la totalidad del continente una expresa neutralidad ante el conflicto. Así, al mismo tiempo que se impedía toda acción que beneficiase a las potencias del Eje en América se intentaba desarraigar cualquier brote filonazi que pudiese adquirir dimensiones preocupantes.
Los gobernantes latinoamericanos tenían una clara conciencia de su absoluta inclusión dentro del grupo de los futuros aliados liderados por Washington. Así, con ocasión del episodio de Pearl Harbor los países más dependientes del gran vecino del norte -los cinco centroamericanos y los de las Antillas- declararían de forma inmediata la guerra a las potencias del Eje. Otros, manteniendo unos lazos de sujeción más laxos, reaccionaron en el mismo sentido, pero asumiendo actitudes menos extremas. Los situados en la parte más meridional del continente -que, por otra parte, habían sido los más receptivos a la propaganda nazi-fascista- actuaron de forma más neutra, llegándose incluso en el caso de la Argentina de Perón, ya en 1943, a la adopción de una política abiertamente proalemana.

Fuente: http://www.artehistoria.jcyl.es/batallas/contextos/4431.htm

America

La investigación ha dividido el continente americano en diferentes áreas culturales, a veces de límites difusos. La mejor definida de todas es Mesoamérica, cuya frontera norte es una línea que comienza en Sonora y Sinaloa y termina en el Golfo de México, mientras que en el sur incluye la parte occidental de Honduras y El Salvador, alcanzando por la costa del Pacífico hasta la península de Nicoya. Dentro de ella, es preciso distinguir entre las regiones culturales del Norte de México, Occidente, el Altiplano central, el Golfo, Oaxaca y el Área Maya.

La investigación ha dividido el continente americano en diferentes áreas culturales, a veces de límites difusos. La mejor definida de todas es Mesoamérica, cuya frontera norte es una línea que comienza en Sonora y Sinaloa y termina en el Golfo de México, mientras que en el sur incluye la parte occidental de Honduras y El Salvador, alcanzando por la costa del Pacífico hasta la península de Nicoya. Dentro de ella, es preciso distinguir entre las regiones culturales del Norte de México, Occidente, el Altiplano central, el Golfo, Oaxaca y el Área Maya.

La misma importancia cultural que Mesoamérica alcanzan los pueblos del área andina. Ésta se divide a su vez en las áreas septentrional, central, centro-sur, meridional y extremo sur. Entre Mesoamérica y el área andina queda el área intermedia, el tercer gran centro de civilización de la América precolombina. Las Antillas y el norte de Venezuela forman el área Caribe. Sudamérica se completa con las áreas amazónica, Brasileña oriental, Chaco, Pampeana y Fueguina.

En Norteamérica, se ha propuesto la existencia de diez áreas culturales. Éstas son el Artico, el Subártico, el Noreste, el Sureste, las Llanuras, el Suroeste, California, la Cuenca, la Meseta y, finalmente, el Noroeste. Los pueblos de la América del Norte no alcanzarán el desarrollo cultural logrado por los de Mesoamérica o el área andina.

Fuente: http://www.artehistoria.jcyl.es/civilizaciones/videos/489.htm

Consquita de Centroamerica

Excepto Costa Rica, que constituyó una conquista tardía, Centroamérica fue dominada en los años veinte del siglo XVI por expediciones que penetraron desde México y Castilla del Oro, donde existían numerosos conquistadores sin oficio. Las acciones comenzaron desde Panamá. No en vano se había conquistado antes que México. Desde allí, Pedrarias envió en 1516 algunas incursiones a la costa pacífica de Costa Rica y Nicaragua, pero la primera expedición importante fue la de Gil González Dávila, quien había capitulado con la Corona un viaje a las Molucas. Formó compañía con el piloto Andrés Niño, el tesorero Alonso Puente y Cereceda y partió de las islas de las Perlas en 1522. Al llegar a Costa Rica, se internó hasta los cacicazgos de Nicoya y Nicarao. Finalmente, pasó al golfo de Chorotega, bautizado como Fonseca, y regresó a Panamá. En una segunda incursión, realizada en 1524, Gil González Dávila llegó por la costa hondureña hasta Puerto Caballos, fundando San Gil de Buena Vista. Poco después, arribó también a Honduras Francisco Hernández de Córdoba a quien Pedrarias Dávila había enviado a Nicaragua para anexionarla a su gobernación de Castilla del Oro. Hernández de Córdoba había cruzado Costa Rica y fundado en Nicaragua las ciudades de Granada y León. 

En cuanto a la penetración desde México, se inició en 1523, cuando Cortes envió al sur a Alvarado y a Olid para conquistar Guatemala y Honduras respectivamente. Alvarado, antiguo lugarteniente de Cortés en la conquista de México y su duplicado como figura de conquistador, había oído hablar excelencias a los aztecas sobre Cuauhtemallán, territorio donde vivían los indios quichés y cakchiqueles. Solicitó su conquista y salió de Tenochtitlan con una gran hueste: 160 caballeros, 300 peones, artillería y muchos indios tlaxcaltecas, cholultecas y aztecas. Siguiendo las rutas comerciales indígenas llegó hasta Tehuantepec. Luego, por la costa, pasó a la región de Zapotitlán, desde donde intimó a los quichés a rendirse. En Quetzaltenango libró la primera gran batalla, seguida de otra cerca de la sierra, en la cual murió uno de los cuatro señores de Utatlán (quizá Ahau-Cothá o Ahtzic-Vinac-Ahau, a quien el Popol Vuh llama Vinac-Bam). La leyenda dice que una vez muerto, el señor de Utatlán se convirtió en quetzal. Al llegar luego a Utatlán, fue recibido con gran cortesía. Una embajada le pidió entrar en la ciudad, donde le esperaba un gran banquete. Alvarado sospechó que se trataba de una encerrona (probablemente era así) y decidió curarse en salud quemando a los reyes quichés y a la ciudad. Causa verdadero asombro la falta de humanidad con que describió esta terrible acción: «Viendo que con correrles la tierra y quemársela no los podía atraer al servicio de Su Majestad, determiné quemar a los señores….y mandé quemar la ciudad». Era el 7 de marzo de 1524. 
Alvarado atravesó luego el territorio cakchiquel con dirección a Iximché, su capital. Allí fue bien recibido y firmó una alianza. Tras someter a los zutujiles, atacó a sangre y fuego Izcuintepeque sin leer a sus habitantes el Requerimiento, lo que le valió una grave acusación posteriormente. El capitán español penetró luego por Sonsonate en lo que hoy es El Salvador. Herido en un combate ocurrido en Acajutla y tras ocupar Cuzcatlán, regresó a Iximché, donde fundó la Villa de Santiago de los Caballeros de Guatemala (1524). 

La conquista había llegado aparentemente a su fin y las tropas mexicanas regresaron a su país. Alvarado impuso entonces un gran tributo en oro a los cakchiqueles, lo que motivó la rebelión de éstos. Para combatirles tuvo que recurrir a los quichés, pero aún así la sublevación duró cinco largos años, durante los cuales hubo gran número de víctimas. Guatemala quedó conquistada en 1530. 

En cuanto a la expedición de Cristóbal de Olid a Honduras (las Hibueras), donde debía buscar además un estrecho interoceánico, fue más desafortunada. Olid fue a Cuba para preparar mejor su hueste y allí se entendió con Velázquez, concertando ambos la conquista de Honduras. El 3 de mayo del mismo año, Olid fondeó cerca de Puerto Caballos iniciando desde allí la exploración del territorio. No tardó mucho en aparecer Francisco de las Casas, enviado por Cortés para castigar a Olid por su traición. Las Casas naufragó al llegar y cayó en manos de Olid, quien asimismo logró apresar a Gil González Dávila. Los prisioneros conspiraron contra él y lograron darle muerte, marchando luego ambos a México. 

Vino luego el fracasado episodio de la expedición de Cortés a las Hibueras, que ya conocemos, y finalmente la llegada de Hernández de Córdoba, enviado por Pedrarias. Córdoba mordió también la manzana de la discordia que se cultivaba en la zona y se rebeló contra su Gobernador, pretendiendo quedarse con la conquistada Nicaragua y hasta de Honduras, si se le bríndaba la ocasión. El viejo Pedrarias -tenía más de 80 años- tomó un barco en Panamá tan pronto como supo la noticia (enero de 1526) y se presentó en Nicaragua, donde apresó al capitán rebelde en Granada y le ajustició en León. Pedrarias se anexó entonces Nicaragua y pretendió hacer lo mismo con Honduras, cuyo gobernador Diego López de Salcedo se le enfrentó, llegando finalmente ambos a un acuerdo de límites. Tanto Salcedo como Pedrarias, emprendieron grandes batallas para someter a los naturales. Posteriormente, Honduras afrontó muchos conflictos promovidos por los propios españoles que se resolvieron cuando el territorio fue anexado a la gobernación de Guatemala.

Fuente: http://www.artehistoria.jcyl.es/historia/contextos/1520.htm

Israel

En junio de 1982, las tropas israelíes invadieron el sur del Líbano y llegaron hasta las puertas de Beirut, en una ofensiva militar destinada a destruir las bases de los guerrilleros de la OLP, que proseguían sus operaciones de hostigamiento contra la región septentrional de Israel. La retirada de los israelíes al interior de sus fronteras, cediendo a la presión internacional, no se produjo hasta 1985.

La debacle sufrida por egipcios y jordanos durante la Guerra de los Seis Días propició la aceptación de un alto el fuego promovido por Naciones Unidas, al que también se sumó Israel. Sin embargo, la guerra aun no había finalizado. Siria, que se había limitado a bombardear los poblados israelíes en los altos de Golan,fue atacada por los israelíes, quienes tomaron Ouneitra. La toma de los altos del Golán estaba así completada, lo que obligó a Siria a aceptar el alto el fuego de Naciones Unidas, justo cuando los israelíes se dirigían hacia Damasco. La guerra había acabado. La gran vencedora, Israel, ocupó la península del Sinaí, la franja de Gaza, Cisjordania y los Altos del Golán, pasando a controlar la ciudad de Jerusalén.

Sin embargo, los conflictos no habían acabado. Los esfuerzos de Egipto y Siria por recuperar los territorios perdidos en la Guerra de los Seis Días condujeron a una nueva guerra, esta vez en 1973. El 6 de octubre, día del Yom Kippur, ambos países atacaron simultáneamente a Israel, provocando una rápida respuesta. La mediación de soviéticos y norteamericanos conduce a un acuerdo de pacificación, por el que tropas de la ONU ocupan zonas intermedias. La guerra de 1973 propició que los estados árabes productores de petróleo decidieran una brusca subida del precio que desencadenó una crisis económica mundial.

En 1977 el presidente egipcio Sadat visitó Israel, iniciándose así un período de negociaciones que culminó con la firma de un tratado de paz entre ambos países y la devolución a Egipto de la península del Sinaí. En junio de 1982, las tropas israelíes invadieron el sur del Líbano y llegaron hasta las puertas de Beirut, en una ofensiva militar destinada a destruir las bases de los guerrilleros de la OLP, que proseguían sus operaciones de hostigamiento contra la región septentrional de Israel. La retirada de los israelíes al interior de sus fronteras, cediendo a la presión internacional, no se produjo hasta 1985.

Fuente: http://www.artehistoria.jcyl.es/granbat/videos/944.htm

China

Desde su fundación, en 221 a.C., hasta su caída a principios del siglo XX, el imperio chino conoció 57 dinastías, unas nacionales y otras de procedencia extranjera. Muchas de estas dinastías coexistieron cada vez que el territorio se dividió, por eso la historiografía tradicional china distingue seis grandes épocas dinásticas:

1. La época Han, que duró hasta el 220 a.C. y que fue un periodo de gran expansión exterior hacia Corea, Asia central y Vietnam.

2. La época llamada de las Seis Dinastías, que comprende los cuatro siglos de desunión entre los imperios Han y Sui. En realidad, en este periodo hubo más de dos docenas de casas reales y de Estados, pero la tradición nacional fue mantenida por las Seis Dinastías, que, a partir de la de Wu, se sucedieron basta 589 en Nankín, su capital. Fue una época de refinamiento en las cortes del Sur mientras en el Norte imperaba la barbarie y el budismo procedente de la India se consolidaba. A su vez el territorio chino sufría un serio intento de invasión por parte de los tártaros en el año 383 en que fueron rechazados por el ejército Tsin. Una de las constantes que ya se manifestó en este periodo fue el gran poder de absorción e integración que la cultura china ejerció siempre sobre los invasores. Al tiempo que quedó marcada la frontera entre las dinastías tártaras del Norte y las chinas del Sur que se fijó prácticamente en el límite norte del área de cultivo del arroz, terreno poco apropiado para las tácticas militares de la caballería nómada de los pueblos centroasiáticos.

3. La época de la llamada reunificación de los imperios Sui y T’ang (581-906).

4. La época de la dinastía Sung que en realidad comprende las Cinco Dinastías que de 907 a 960 coexistieron con otra decena más como consecuencia de una nueva división de China y el gobierno concreto de los Sung de 960 a 1279.

5. La Época mongola de la dinastía Yüan (1279-1368) que representó una época de dominación extranjera y en realidad el fin de la llamada civilización china clásica pero también un periodo de sincretismo religioso y cultural.

6. La época de la restauración y decadencia definitiva del Imperio, largo periodo que se inició brillantemente con el imperio Ming (1368-1644) verdadero restaurador de un patriotismo nacional en ruinas después del periodo mongol.

Fuente: http://www.artehistoria.jcyl.es/historia/contextos/1303.htm

Europa

El estudio del marco medio ambiental europeo presenta una gran problemática debido a la variedad de regiones y marcos geográficos diferenciados. No obstante, las aportaciones de la polinología, del estudio de las paleotemperaturas y de las variaciones marinas principalmente, permiten definir las características generales de evolución reagrupadas en torno a las fases tradicionales del postglaciar.

La investigación arqueológica tradicional ha tenido por objeto establecer el reconocimiento y la descripción de las culturas productoras en Europa. El objetivo se ha situado básicamente en el reconocimiento y descripción del registro material significativo -formado esencialmente por las producciones cerámicas junto, en algunos casos, a las formas de inhumaciones y tipos de asentamientos- que, con una distribución espacial y cronológica significativa, permitiesen el reconocimiento de culturas arqueológicas, cuyas variaciones o evoluciones eran definidas por las variaciones empíricas. Desde la década de los setenta, el esfuerzo se ha orientado hacia el análisis más exhaustivo de las complejas relaciones entre hombre y medio ambiente y sus implicaciones socioeconómicas. Así, el desarrollo de los estudios dedicados al análisis del medio y su interacción con los grupos que lo habitaban han permitido una mayor incidencia en las actividades de subsistencia y, en términos más generales, en las formas económicas y las inferencias sociales. Los estudios de patrones de asentamiento relacionados con las formas de producción, en especial con el estudio pormenorizado de las actividades de subsistencia y de los fenómenos de intercambio como principales orientaciones, han permitido unas interpretaciones que se acercan a los modelos socioeconómicos. Esta orientación en los estudios, aún no suficientemente consolidada, no permiten prescindir, en términos generales, de las culturas arqueológicas definidas y, por tanto, de las abundantes denominaciones locales del mosaico europeo, pero permiten observar una evolución general que, enmarcada en las tradicionales etapas de Neolitico Antiguo, Medio y Reciente, reflejan tanto unas características culturales y tecnológicas como unas relaciones sociales y económicas significativas, que se traducen en un modo de explotación del territorio y en unos asentamientos determinados.

El estudio del marco medio ambiental europeo presenta una gran problemática debido a la variedad de regiones y marcos geográficos diferenciados. No obstante, las aportaciones de la polinología, del estudio de las paleotemperaturas y de las variaciones marinas principalmente, permiten definir las características generales de evolución reagrupadas en torno a las fases tradicionales del postglaciar.

La fase Preboreal (8200-6800 a.C.), definida como transición entre los últimos fríos glaciares y las de mayor bonanza climática, está caracterizada por una primera expansión de la cobertura arbórea, desbordando las zonas de refugio anteriores. El abedul será una de las especies de mayor expansión en Europa continental, con un desarrollo más moderado del avellano y del roble. En la zona mediterránea se yuxtaponen la expansión del pinar y el inicio del robledo mediterráneo.

La siguiente fase Boreal (6800-5500 a.C.) confirma la consolidación de la mejora climática con un clima cálido y seco que favorece la expansión de las formaciones arbóreas, con el pino y avellano como principales especies, y el desarrollo de las especies mediterráneas, tanto en la zona costera como en el interior de estas regiones.

La fase Atlántica (5500-3500 a.C.) significa la culminación del proceso de mejoría, produciéndose en la segunda mitad de esta fase el optimum climático con temperaturas ligeramente superiores a las actuales (2-3 grados centígrados). El clima cálido y húmedo favorece la expansión de la cobertura boscosa, con el robledo mixto como principal protagonista. En las regiones mediterráneas, a finales del periodo se inicia la expansión del encinar. La transgresión marina iniciada en el Preboreal llega a su culminación y sitúa el nivel del mar cerca del que se observa actualmente.

Fuente: http://www.artehistoria.jcyl.es/historia/contextos/104.htm

Conflicto Israel-Palestina

Aunque, como tendremos la ocasión de comprobar, una buena parte de los conflictos del Oriente Medio se debieron a la peculiar combinación de religión y política en el mundo islámico, la conflictividad en la zona tenía un largo pasado que permitía que las crisis estallaran sin necesidad de este factor. Además, en el Mediterráneo oriental esta potencial situación explosiva se vio multiplicada a comienzos de los setenta por el hecho de que la situación estratégica había cambiado merced a dos factores: la existencia de una mayor paridad en el peso relativo de las dos superpotencias después de establecida la presencia de la flota soviética y la actitud de algunas potencias árabes revolucionarias.

La persistencia de una conflictividad venida de antiguo se aprecia en el caso de Chipre. Dada su composición étnica y cultural la muy compleja Constitución de este país contenía una serie de apartados que no eran revisables y otros que lo podían ser tan sólo con una mayoría muy cualificada. La presidencia del arzobispo Makarios permitía un delicado equilibrio constitucional pero en el verano de 1974, cuando éste propuso a los dirigentes del Gobierno dictatorial militar griego que los oficiales de esta nacionalidad que encuadraban a las fuerzas militares chipriotas dejaran de hacerlo, tuvo lugar un golpe de Estado. Makarios debió refugiarse en una base británica y Turquía respondió con un inmediato desembarco en la isla ante la perplejidad de los grecochipriotas y del Gobierno helénico que había provocado la operación y que tuvo que acabar por abandonar el poder. Cuando, al final de 1974, Makarios recuperó el poder fue ya imposible restablecer la peculiar situación constitucional existente. Grecia y Turquía, dos miembros de la OTAN, habían estado a punto de enfrentarse en un conflicto armado y la primera abandonó durante unos años la organización militar de la OTAN a la que no se reintegraría sino en 1980. Por su parte, Turquía acabó reconociendo una República turca del Norte de Chipre en 1983; aunque fue el único país que lo hizo, en la práctica la unidad política de la isla no volvería a reconstruirse. También en el Mediterráneo Libia pareció contribuir a debilitar la tradicional hegemonía del mundo occidental. Convertida en una potencia poderosa por sus recursos petrolíferos y durante algún tiempo cercana a la URSS, durante estos años parece también haber auspiciado la actividad de movimientos terroristas. En abril de 1986 los norteamericanos bombardearon Libia en una operación que estuvo a punto de acabar con la vida de su dirigente El Gadafi.

De todos modos, el centro de gravedad de la tensión internacional en Oriente Medio era otro. Aunque el conflicto entre Israel y los países árabes estuvo lejos de solucionarse, la evolución en Medio Oriente propiamente dicha resultó, en un primer momento, más favorable para el mundo occidental, aunque sólo fuera por la marginación que la URSS sufrió en Egipto. En realidad, esta región del mundo desde 1956 había sido lugar preeminente de la confrontación entre las grandes potencias que prodigaron su apoyo militar y diplomático a sus aliados regionales. Pero no siempre las superpotencias obtenían los resultados previstos y, sobre todo, la evolución de las circunstancias fue siempre impredecible y a menudo paradójica. La guerra, por ejemplo, supuso la elevación de los precios del petróleo y el alineamiento de todos los países árabes contra Israel (Egipto y Siria consideraron a partir de 1974 a la OLP como única y legítima representante de la población palestina). Pero ya sabemos que la presión a través de los productos energéticos duró poco; en realidad, el gran cambio producido en la panorámica internacional de la región fue el desplazamiento de Egipto desde una actitud de cerrada oposición al Estado de Israel y a los norteamericanos hasta convertirse en colaborador de los segundos y firmar la paz con los primeros.

A este resultado se llegó como consecuencia de dos realidades coincidentes. Kissinger, el secretario de Estado norteamericano, fue un hábil negociador de conflictos en caliente mediante una diplomacia de pequeños pasos que evitaba que un momento de grave tensión local se convirtiera en guerra universal. De este modo consiguió detener la guerra en un momento en que la situación de las fuerzas egipcias era muy complicada. Pero un papel más importante le correspondió al presidente egipcio Sadat, capaz de darse cuenta, como una parte de la clase dirigente de su país, de que no le interesaba a su país mantener una situación sin solución ni futuro previsibles. Tras el ultimo periodo bélico Sadat había probado que era capaz de iniciar la guerra contra el adversario secular utilizando a los soviéticos e indirectamente el arma del precio del petróleo. En años sucesivos, en cambio, utilizó a Washington para obtener un acuerdo satisfactorio para su país con los israelíes. También se debe tener en cuenta que si la diplomacia de Carterpudo pecar de incoherente y confusa en otros aspectos, al mismo tiempo supo también ser paciente en la búsqueda de la paz convirtiéndose en esto en paradójico heredero de Kissinger, su antítesis en lo que respecta a los principios determinantes de la acción exterior. Carter, por ejemplo, inició la aproximación a una solución por el procedimiento de pedir que Israel tuviera fronteras defendibles pero se retirara de una parte de los territorios ocupados y reconociera que la OLP representaba por lo menos a una parte considerable de los palestinos.

La decisión más crucial, que demostró la valentía de Sadat, fue su viaje a Jerusalén en noviembre de 1977. Ante el propio Arafat la había anunciado en el Parlamento egipcio y le costó no sólo la dimisión de sus responsables de política exterior propia sino también unos inicios de los contactos que resultaron muy decepcionantes. Ante el Parlamento israelí afirmó Sadat que los antiguos antagonistas estaban de acuerdo en dos cosas: la necesidad de garantías recíprocas y la evidencia de que la guerra anterior debía ser la última. De hecho, las minucias de la negociación le interesaban muy poco y estaba dispuesto a librarse de la hipoteca palestina que pesaba sobre la política exterior árabe y mediatizaba cualquier posibilidad de desarrollo económico estable. Occidentalista, impaciente y anticomunista, su interés primordial radicaba en recuperar el Sinaí pero chocó con una fuerte oposición interna a la hora de seguir este rumbo.

Tras trece días de encuentro en Camp David entre Beguin, el primer ministro israelí, y Sadat en septiembre de 1978 se llegó a un acuerdo que fue suscrito en marzo de 1979 en Washington. Gracias a él Israel, tras treinta años de guerra, firmó la paz con el más poderoso de sus vecinos árabes y Egipto logró la restitución de los territorios que había perdido en 1967 tras un plazo de tiempo que dilató el proceso hasta 1982. Para entonces Sadat había sido ya asesinado en octubre de 1981, víctima de los integristas que desde mediados de los años setenta venían constituyendo un peligro creciente para el Estado egipcio. Desde antes, sin embargo, el aislamiento de éste del conjunto de los países árabes se había hecho casi total alineándose contra él no sólo los países más próximos a la Unión Soviética sino también los conservadores como Arabia Saudita y Jordania. Egipto fue excluido de la Liga Árabe cuya capitalidad se trasladó en adelante a Túnez y sólo dos países árabes -Sudán y Omán- mantuvieron sus relaciones diplomáticas con él.

La paz entre Egipto e Israel no sólo no liquidó el conflicto iniciado en 1948sino que en cierto sentido lo agravó. De la cuestión palestina no se había tratado más que en un intercambio de cartas que pronto se demostró incapaz de resolver nada. Fue el testimonio de la desgana de Sadat por seguir haciendo depender los intereses propios de las reivindicaciones palestinas. Pero los israelíes no hicieron nada por avanzar en solucionar el problema. En 1977 por vez primera ganó las elecciones el Partido religioso Likud, en gran parte por la corrupción laborista ligada a su larga permanencia en el poder pero también por la creciente inmigración de judíos procedentes del mundo árabe y más confrontados con él. El líder del Likud, Menahem Beguin, que había participado en atentados terroristas contra los británicos, pronto dejó claro su propósito de, en la práctica, incorporar Gaza y Cisjordania al Estado de Israel. Por otro lado, fue aumentando la distancia entre los dirigentes políticos israelíes y el contexto internacional. A fines de 1974, Arafat intervino por vez primera en la ONU en defensa de la instauración del Estado palestino; ya no se hablaba, por tanto, tan sólo de la cuestión de los refugiados. Los Estados Unidos se decían ya partidarios de una patria palestina que incluyera Cisjordania y Jordania. La Comunidad Europea llegó a más pidiendo que al proceso de paz se incorporara la OLP; en 1980 Austria e Italia la reconocieron desde el punto de vista diplomático. Mientras tanto, perduraba el terrorismo propiciado por esta organización y Menahem Beguin, tras firmar la paz con Egipto, como para compensar sesiones anteriores, trasladó la capital de Israel a Jerusalén (1980), se anexionó el Golán (1981) y fomentó la colonización judía en los territorios ocupados, en parte por razones estratégicas pero también con un propósito de ampliación de la tierra reclamada de forma permanente. En esta tarea jugó un protagonismo muy importante su ministro de Agricultura Ariel Sharon.

Pero lo más grave desde el punto de vista del derramamiento de sangre durante este período fue, sin duda, el estallido de una auténtica guerra civil en el Líbano. Éste había sido en el pasado un modelo de convivencia intercultural gracias a un sistema complicado de equilibrios político-constitucionales. La presidencia, por ejemplo, quedaba reservada a un cristiano maronita mientras que el primer ministro debía ser un musulmán sunita. De esta manera, se podía mantener una apariencia de Estado democrático occidentalizado cuando la población musulmana, sin duda, hubiera preferido la vinculación con Siria que, por otra parte, estaba justificada desde el punto de vista histórico pues ya se había producido durante la colonización francesa. Pero dos cambios decisivos hicieron inviable este Estado, considerado antes como un oasis de paz en una región del mundo frecuentemente convulsa. En primer lugar, el peso demográfico creciente de la población musulmana parecía quitar justificación al predominio o, al menos, al poder compartido con los cristianos. Pero, sobre todo, en 1968-1969 y más aún en 1970, cuando los palestinos fueron expulsados de Jordania, su implantación en el Líbano supuso la creación de un Estado dentro del Estado con los campos de refugiados convertidos a menudo en fortalezas desde las que actuaban las guerrillas de castigo a los israelíes. Éstos llegaron a decir que los palestinos disponían de 80 tanques en el Sur del Líbano y otros tantos lanzadores de misiles.

En abril de 1975, tras un desfile de las fuerzas palestinas por las calles de Beirut dotadas incluso de armas pesadas, tuvo lugar el asesinato de un líder musulmán por parte de las «Falanges» cristianas y desde este momento ya resultó inviable un Estado que acabó por disolverse en una serie de comunidades autónomas que combatían entre sí. A partir de 1976 las potencias vecinas intervinieron mediante actos de fuerza para defender sus intereses o para intentar una paz precaria. Lo hizo Siria a partir de 1976 para ejercer un papel de árbitro pero también para testimoniar su pretensión hegemónica en el seno del mundo musulmán. La ambigüedad de esta actuación se aprecia también en que si, por un lado, una misión de esta intervención era procurar moderar el entusiasmo revolucionario de los palestinos, también los sirios contribuyeron a facilitar la expansión de la influencia integrista iraní.
Por su parte, Israel, que había llevado a cabo operaciones de castigo en el Sur del Líbano en junio de 1982, realizó una operación militar -«Paz en Galilea»- que afirmó querer desalojar al adversario palestino. Pero aunque ésos eran los objetivos declarados, pronto se ampliaron pretendiendo establecer un poder fuerte en Líbano. Hasta 80.000 israelíes intervinieron con unos 1.300 tanques; sufrieron más de un centenar de muertos y consiguieron un éxito espectacular pero a cambio de no pocos inconvenientes. Después de prometer que la operación no tendría más que un carácter limitado, llegaron hasta Beirut y se enfrentaron con la aviación siria, a la que redujeron a la impotencia. Pronto la operación provocó la profunda desunión en la propia opinión pública israelí.
Israel logró el abandono del Líbano por la OLP pero no la reconstrucción de este Estado: a los pocos meses fue asesinado Bechir Gemayel, el dirigente de las milicias cristianas, que debía cumplir esta misión. En septiembre de 1982 los «falangistas» libaneses asaltaron dos campos de refugiados palestinos cercanos a Beirut en Shabra y Shatila produciendo una auténtica carnecería. Un informe independiente de origen israelí culpó a su propio Ejército -Sharon incluido- de, al menos, no haber tomado más medidas oportunas para evitar que un suceso así, previsible, tuviera lugar. 400.000 israelíes -más del 10% de la población de este país- se habían manifestado en protesta por lo sucedido.
Finalmente, las tropas israelíes se retiraron aun conservando una franja de protección en el Sur del Líbano; en el ínterin sus relaciones con el aliado norteamericano habían empeorado mucho. Tampoco la intervención de una fuerza internacional resolvió la cuestión. Formada por contingentes de cuatro países occidentales acabó siendo víctima de atentados por parte de grupos terroristas -como el de octubre de 1983 que costó casi trescientos muertos entre norteamericanos y franceses- mientras que la presencia siria, que los apoyaba o al menos tenía alguna conexión con ellos, seguía siendo predominante en el interior. En definitiva, la irresolución del conflicto palestino había tenido como consecuencia el traslado de la crisis a un país vecino que había sido ejemplo de convivencia. Líbano no se recuperaría de esa situación sino mucho tiempo después cuando empezó a encauzarse la situación en el conjunto de Oriente Medio.

Fuentes: http://www.artehistoria.jcyl.es/historia/contextos/3265.htm

Medio Oriente

Si hubo diferencias considerables entre las potencias administradoras respecto a la descolonización, algo parecido puede decirse de la geografía de la misma. Aunque la descolonización se realizó, sobre todo, durante la posguerra en Asia, también tuvo un inicio en el Medio Oriente. La llegada de la paz tuvo como consecuencia allí la aparición del panarabismo -creación de la Liga Árabe en marzo de 1945- y el comienzo de la descolonización en los territorios que hasta el momento habían estado bajo mandato británico o francés.

Este comienzo de descolonización no se hizo sin dificultades, incluso entre las propias potencias colonizadoras, especialmente en Líbano y Siria, donde Francia pretendía mantener la influencia otorgada después de la Primera Guerra Mundial. Mejor suerte pareció tener, al menos durante algún tiempo, Gran Bretaña. En Egipto, que había logrado la independencia excepto en materia de política exterior, la pretensión local de lograr la retirada de los británicos no se vio coronada por el éxito. Iraq acabó retirando a Gran Bretaña las ventajas estratégicas de que disponía, pero la potencia administradora conservó, en cambio, una sólida implantación en Transjordania, cuyo emir permitió la presencia de tropas británicas en su territorio. Irán, por su parte, fue abandonado por los anglosajones, pero los soviéticos permanecieron durante mucho más tiempo, contribuyendo a la exaltación de los sentimientos de peculiaridad entre los kurdos y azeríes, hasta finalmente aceptar retirarse.

Fue, sin embargo, en el Mediterráneo oriental donde de forma más caracterizada se planteó el problema de la guerra fría y de la «contencion» del antiguo aliado soviético. Los anglosajones tenían la firme decisión de controlarlo: no en vano, gracias a su poder naval habían conseguido en su momento liquidar la aventura militar de Rommel y ahora el rosario de bases británicas parecía garantizar que no se producirían cambios importantes. Pero hubo un momento inicial en que éstos parecieron posibles. Turquía había declarado la guerra a Alemania cuando se acercaba la derrota de ésta.

Cuando llegó la paz, sin embargo, debió soportar una fuerte presión soviética relativa a una posible rectificación de las fronteras en Anatolia y de las disposiciones acerca de la navegación por los Estrechos. La respuesta norteamericana consistió en el envío de medios navales a la zona en el verano de 1946. La tensión resultó todavía más agobiante en lo que respecta a Grecia. Situada bajo un control militar británico de 40.000 hombres, había heredado de la ocupación alemana y de la resistencia contra ella una guerrilla comunista en el Norte, dirigida por el general Markos y ayudada por los países sovietizados vecinos.

El deseo de Gran Bretaña de liberarse del peso de una intervención que le resultaba demasiado onerosa le llevó, en febrero de 1947, a informar a los norteamericanos que se veía obligada a retirar sus efectivos. Al mes siguiente, Truman, decidido a que los norteamericanos asumieran la responsabilidad internacional que les correspondía, enunció ante el Congreso norteamericano la doctrina que en adelante llevó su nombre. Los Estados Unidos debían estar a la cabeza del mundo libre y estaban obligados también a ayudar a los países a librarse de los intentos de dominación puestos en marcha por minorías armadas o por presiones exteriores. En la reunión celebrada en marzo y abril de 1947 en Moscú por los ministros de Asuntos Exteriores, no sólo no hubo acuerdo alguno sino que lo característico fue un proceso de creciente desconfianza. No hubo más reuniones de este tipo.

Las consecuencias de que se hubiera puesto en práctica la «contención» norteamericana fueron decisivas en Medio Oriente. En junio de 1948, fue creada la VI Flota norteamericana, destinada a servir como instrumento de intervención rápida en caso de peligro. Con posterioridad, como en otras partes del mundo, los Estados Unidos anudaron toda una serie de pactos en la zona. En 1951, Grecia y Turquía fueron invitadas, a pesar de sus ancestrales diferencias, a incorporarse a la OTAN. En 1955, la firma del Pacto de Bagdad, formado por Gran Bretaña, Pakistán, Irán e Iraq, dio la sensación de reafirmar el control occidental de la zona, sobre todo teniendo en cuenta que en un protocolo adicional complementario franceses, británicos y norteamericanos se habían comprometido al mantenimiento del statu quo.
Pero ya en la primera década de la posguerra, el poder occidental se enfrentó con retos importantes en esta región del mundo. El principal se produjo en Irán. Venezuela, en plena Guerra Mundial, había introducido mediante ley un reparto de los beneficios obtenidos de la explotación del petróleo y su ejemplo acabó siendo seguido por las autoridades políticas del Medio Oriente desde comienzos de los cincuenta. En esa época, tan sólo el 9% de la renta del petróleo era obtenida por un tan importante país productor como era el Irán. En la primavera de 1951, Mohammed Mossadgh, el primer ministro iraní, promulgó una ley de nacionalización del petróleo, en una decisión que puede considerarse semejante a la que luego Nasser tomaría respecto al Canal de Suwz. Pero lo cierto fue que los resultados no fueron semejantes en los dos casos.

En realidad, Mossadegh pasó por enormes dificultades antes de conseguir poner en marcha las instalaciones que habían abandonado los técnicos extranjeros e Irán se vio boicoteado por los consumidores. El golpe de Estado militar que acabó con él, en agosto de 1953, ha sido atribuido, con fundamento, a la CIA. Los tiempos, de todos modos, no estaban maduros para que un intento como éste pudiera fraguar: ni existía un ideario neutralista ni Mossadegh se caracterizó por una ideología populista como la de Nasser. Su derrocamiento supuso el pleno restablecimiento del poder del Sha, que se había visto obligado a marchar al exilio.

En otro conflicto del Mediterráneo oriental durante esta época, el de Chipre, se mezclaron factores muy diversos, desde la descolonización hasta la pluralidad étnica y cultural. En Chipre, la tercera isla del Mediterráneo, con una población formada por griegos en un 80%, la autoridad religiosa desempeñó siempre un papel político de primera importancia mientras que el movimiento sindical estuvo influenciado por los comunistas. La peculiaridad en la composición demográfica de la isla hizo que la auténtica reivindicación en ella no fuera la independencia sino la «enosis», es decir, la unificación con Grecia, que la reclamaba desde 1947. Ya en 1950 la cuestión quedó internacionalizada en un momento en que la guerra fría parecía impedir cualquier otro posible conflicto adicional, gracias a que Atenas llevó la cuestión ante las Naciones Unidas, lo que inmediatamente tuvo como consecuencia la oposición de Turquía, de cuya procedencia era el resto de la población isleña. De este modo, un conflicto cultural entre dos comunidades pareció romper la convivencia entre dos aliados en el seno de la OTAN. El arzobispo Makarios, líder indisputado de la comunidad grecochipriota, se convertiría en un personaje de rango internacional gracias a la conflictividad en la zona.

Fuente: http://www.artehistoria.jcyl.es/historia/contextos/3182.htm

Ciencia en Egipto

En la Antigüedad e incluso en la Edad Moderna era una opinión generalizada que los egipcios antiguos habían llegado a dominar una serie de saberes que abarcaban las ciencias en el sentido antiguo, lo que equivale a decir una mezcla de ciencia y magia. Habían sido los maestros de los griegos y la leyenda hacía que todos los hombres sabios de Grecia hubieran ido a aprender a Egipto, donde existía la ciencia venerable desde tiempos inmemorables.

Los egipcios nunca poseyeron una lógica en la que basarse para que sus saberes fueran ordenados y depurados por la razón. Esto no quiere decir que no tuvieran el don de la observación de la realidad ya que en todos los campos del conocimiento dejaron testimonio de lo que vieron y aprendieron; pero lo hicieron siempre con fines utilitarios, sin el menor interés del saber por el saber.

Al carecer de sistema lógico de pensamiento, sus referencias son siempre a lo que sabían del orden general, y esto era la religión en algunos casos y en otros la magia o la hechicería más tosca. No podían formular definiciones porque el egipcio antiguo tiene dificultades casi insalvables para la abstracción y la generalización conceptual. De ahí el carácter de sus matemáticas. Cuentan en sistema decimal, escribiendo las cantidades de izquierda a derecha, empezando por las unidades superiores hasta llegar a las más simples. De esta manera suman y restan con facilidad e incluso multiplican por diez pero el resto de multiplicaciones les plantea problemas graves. La división también trae complicaciones y desconocen las potencias y raíces pero calculan por aproximación algunos cuadrados y raíces cuadradas.

Las prácticas administrativas de la burocracia egipcia obligaba a tener presente el problema de las fracciones, que resolvieron con cierto ingenio al anotar las que tienen el uno como denominador; en los demás casos proceden por adicción de fracciones. Las ecuaciones les son totalmente desconocidas. En geometría avanzaron algo más, aunque se quedaron en los comienzos ya que no les interesó más que el aspecto práctico de los cálculos de superficie de parcelas, ocupándose de los triángulos y rectángulos elementales. Conocieron la relación del diámetro a la longitud de la circunferencia y dieron a pi el valor de 3,16.

La medicina fue la ciencia en la que los egipcios adquirieron mayor fama en la antigüedad e incluso posteriormente. Los egipcios suponían que un hombre sano no tenía nada que ver con el hombre enfermo ya que la enfermedad era siempre el efecto de potencias hostiles al ser humano, potencias ocultas y no reducibles a un examen objetivo. Con este razonamiento era necesario recurrir a poderes irracionales como la magia y la hechicería.

Sin embargo, la observación desarrollada por los profesionales egipcios abrirá un camino directo de indagación que servirá para acumular experiencias que en muchos casos darán acertadas soluciones para la curación de dolencias. Los altos círculos cortesanos disponían de una medicina bastante sofisticada ya desde el imperio Antiguo. Aparecen dentistas y oftalmólogos así como especialistas en enfermedades internas y digestivas.

Quizá sea el Papiro Smith el mejor documento médico que disponemos. Se trata de una descripción de las heridas desde la cabeza hasta la columna vertebral media, donde se interrumpe el manuscrito, con su correspondiente diagnóstico y su tratamiento científico. En el Papiro Ebers encontramos 870 párrafos con exorcismos referentes a medicina general y el tratamiento de enfermedades internas, ojos, piel, brazos y piernas, por lo que se trata de un documento más mágico que científico aunque en la referencia al corazón dice que «hay vasos en el corazón que van a todos los miembros». Al corazón pensaban que iban a parar toda clase de humores líquidos como las lágrimas, la orina, el esperma o la sangre. En este papiro encontramos las instrucciones para curar de mal estomacal a través de «un remedio de hierbas, (…) planta pa-serit, nuez de dátil; serán mezcladas y humedecidas en agua, y el hombre los beberá durante cuatro mañanas, de manera que vacíe su vientre». En el Papiro de Berlín se hace referencia a la pediatría, mezclándose ciencia con magia.

En una medicina puramente empírica había remedios que efectivamente no estaban del todo alejados de la eficacia curativa. Como remedio para la bronquitis y laringitis empleaban la miel y las inhalaciones así como la sobrealimentación para las afecciones pulmonares. Las enfermedades gástricas e intestinales eran combatidas con ricino y lavados de estómago. Conocían y trataban la bilarzia, afección hepática muy frecuente en Egipto, curaban las enfermedades de la boca, empastaban dientes, operaban encías, combatían con cierta eficacia el tracoma, las cataratas y demás afecciones oftálmicas, utilizando extractos hepáticos. La farmacopea era variada y pintoresca, utilizando desde plantas medicinales hasta excrementos de animales pasando por el uso de moscas o elementos procedentes del hipopótamo. A esto debemos añadir la magia y hechicería que dominaban la medicina egipcia. A pesar de sus aspectos más rudimentarios, la medicina egipcia gozó de un gran prestigio en la antigüedad: los griegos no ocultaban su admiración por ella. Incluso la influencia de la medicina egipcia en la ciencia tardoantigua y medieval se pone de manifiesto en múltiples detalles.

La momificación es una de las prácticas fundamentales de la cultura egipcia. Herodoto y Diódoro Sículo nos cuentan que se realizaban tres tipos de momificaciones. La más esmerada costaba un talento de plata (siglo I a.C.) y suponía la extracción del cerebro a través de las fosas nasales gracias a unos ganchos, introduciéndose diferentes productos por el mismo lugar al tiempo que se tapaban con cera de abeja los orificios de la cabeza. Se abría el abdomen del finado y se sacaban los intestinos, el hígado, el estómago y los pulmones, procediéndose a lavar estos órganos con vino de palma para introducirlos más tarde en los llamados vasos canopos, cubiertos cada uno de ellos con las cabezas de los hijos de Horus. La cavidad abdominal era rellenada con sustancias aromáticas como canela o mirra molida. Una vez cosida la incisión, el cadáver era colocado en baño de natrón durante 60 días. Pasado este tiempo, el cuerpo se lavaba y envuelto en vendas impregnadas en goma arábiga. Cada una de las vendas llevaba escrita una oración que iba dirigida a las divinidades protectoras, colocándose al tiempo amuletos entre ellas, destacando el escarabajo sobre el corazón.
La segunda momificación era más barata y consistía en inyectar resina de miera en la cavidad abdominal, sin extraer las vísceras, a través de los orificios. También se conservaba el cuerpo en el baño de natrón, dejándose salir el producto inyectado.
El tercer tipo era reservado a los pobres y consistía en vaciar la cavidad abdominal mediante purgas y conservar el cuerpo en el correspondiente baño de natrón.

Fuente: http://www.artehistoria.jcyl.es/historia/contextos/258.htm